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Humor dominical

¡Qué de cosas extrañas suceden en las noches de bodas!

. Catón

¡Qué de cosas extrañas suceden en las noches de bodas! En la que seguidamente voy a relatar aconteció algo digno de mención.

Antes traeré a cuento una memoria de la infancia. Muchas veces escuché de niño la expresión “tolondrones para los preguntones”. Era la respuesta que los chiquillos obteníamos de los adultos cuando les hacíamos una pregunta que no querían contestar. “¿Qué traes en esa caja, tío?”. “Tolondrones para los preguntones”. Tolondrón es lo mismo que chichón, abultamiento en la cabeza causado por un golpe. En la noche nupcial que ahora reseño se llevó a cabo el acto consumador del matrimonio. Tan pronto acabó el trance, y para gran sorpresa del recién casado, su dulcinea le propinó un coscorrón tremendo, tan fuerte que le causó un visible tolondrón. Dolido y asombrado le preguntó a la novia: “¿Por qué me pegaste?”. Contestó ella, expeditiva: “Por ser un pésimo amante”. Ipso facto el lacerado galán procedió a darle a su flamante esposa un coscorrón tan contundente o más que el otro. Inquirió la muchacha, dolorida: “Y tú ¿por qué me pegas?”. Respondió él con la misma prontitud: “Por conocer la diferencia”.

Ya sabemos quién es el tal Capronio. Es un sujeto inurbano e incivil. Le dijo a su suegra: “Estoy viendo su foto en su credencial del INE, suegrita. Se la deben haber tomado ya hace mucho tiempo, porque en ella se le ven menos arrugas que las que ahora tiene”. Con tono ácido replicó la suegra: “Lo que estás viendo no es mi foto. Es mi huella digital”.

Aquellos casados de apellido Smiles -como Samuel- acordaron seguir la recomendación del filósofo escocés y ahorrar for a rainy day, esto es decir para un día lluvioso, una ocasión de apuro. Cada vez que tuvieran trato conyugal el señor depositaría un billete de 10 dólares en una caja que para el efecto tendrían abajo de la cama, sitio donde se originarían los ahorros mencionados. Pasó el tiempo, y llegó para los esposos el tal día de apuro. A todos los matrimonios les llega, tarde o temprano, a rainy day. El señor abrió la caja y vio en ella no sólo billetes de 10 dólares, sino también de 20, de 50, y aun de 100. Le dijo a su mujer: “Yo no puse ahí esos billetes”. Respondió ella: “No todos los hombres son tan agarrados como tú”. (Nota. La señora no estaba ahorrando para un día lluvioso sino para un diluvio universal).

La ingenua chica le dijo con perentorio acento a su avieso galán: “Tenemos ya tres años de relaciones íntimas. Dame una razón por la cual no te casas conmigo”. Respondió el frescales: “Te daré seis. Mi esposa y mis cinco hijos”.

Aquel hombre de siniestro aspecto causó expectación entre las musas de la noche que prestaban sus servicios en la casa de foco rojo conocida como “La mansión de Venus”. Y es que el individuo ofreció: “Pagaré 10 mil pesos. Pero ha de ser como yo quiera”. Supusieron las mujeres que el tipo era dado a prácticas fuera de la normalidad: Sadismo, masoquismo, sadomasoquismo o alguna otra aberrante práctica de similar jaez. Así, lo rechazaron todas. Todas, menos una. Por cuatro razones puede una mujer rendirse a un hombre: Por inocencia, por insistencia, por indecencia o por indigencia. Por este último motivo la daifa aceptó la oferta del sujeto. Se fueron ambos a una habitación. Las demás se congregaron frente a la puerta. Pensaron que escucharían gritos de dolor. No oyeron nada. A poco se abrió la puerta y salió el hombre visiblemente satisfecho. Tras él venía la mujer profiriendo maldiciones y denuestos contra el sujeto, que se retiró tranquilamente. Le preguntaron a la daifa las otras, intrigadas: “¿Cómo quería el tipo?”. “Igual que todos -respondió ella hecha una furia-, pero fiado”. FIN.

Catón es Licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura españolas/cronista de Saltillo.

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