Malas noticias desde Rosarito
Una nueva noticia relacionada con gente de Morena: una diputada de ese partido ha sido acusada por agencias norteamericanas de tener vínculos con el narcotráfico.

De política y cosas peores
Los cuentos de pueblo se distinguen de los cuentos de autor. Claro, los de Chejov, Maupassant, O. Henry, Quiroga o Rulfo son geniales, pero los relatos nacidos de la veta popular tienen un especial encanto, un particular sabor. Este campanudo exordio sirve de proemio a la historia que narraré en seguida. Una noche la hija de aquella señora salió de su casa y no regresó ya. Inútilmente la buscó la madre el día siguiente, y los demás. Desesperada, fue al templo del lugar y se postró de hinojos frente a una imagen de Jesús crucificado. “¡Señor! -clamó llena de angustia-. ¿Dónde está mi hija?”. El sacristán, hombre malévolo, estaba ya en antecedentes de lo sucedido. Oculto tras la imagen contestó: “Ha de andar de put… por ahí”. “Ay, Señor -se enojó la mujer-. Con el mayor respeto te lo digo: No ha de haber sido por bueno que te crucificaron”. Lo sucedido tiene final feliz. La tal hija se había ido con el novio. Poco después aparecieron los dos; le pidieron perdón a la matrona por el soponcio que con su fuga le causaron, y el novio expió su culpa con prisión perpetua. Quiero decir que se casó con la muchacha, y aquí no ha pasado nada después de lo que aquí pasó. El cuento viene a cuento por una nueva noticia relacionada con gente de Morena. Una diputada de ese partido ha sido acusada por agencias norteamericanas de tener vínculos con el narcotráfico. Desde luego la imputación ha de probarse, pero por algo se le hace tal señalamiento. La morenista fue antes alcaldesa de Rosarito, Baja California. Yo quiero mucho a esa ciudad, bello lugar en el trayecto entre Tijuana y Ensenada. Tuve ahí un querido amigo, Guadalupe Pérez, en cuyo restaurante, “El nido”, pasé horas felices en compañía de buenos camaradas: Ángel Martín del Campo, Carlos Sánchez, el licenciado Madrigal. Una mañana, al ir a desayunar, Lupe me preguntó: “¿Cuál es la mayor cantidad de huevos que se ha comido usted en el almuerzo?”. Respondí desconcertado: “No sé. Creo que tres”. Me dijo: “Pues ahora se va a comer una docena”. Y el mesero me sirvió un plato con 12 huevitos de codorniz. Otro lujo ofrecía en su restaurante aquel inolvidable amigo: Un platillo llamado “Cielo, mar y tierra”. Consistía en una codornicita asada a la leña, un filete de venado de los que para el efecto criaba Lupe en su granja, y una riquísima langosta. No cometer pecado de gula ante un manjar así habría sido sacrilegio. Evoco esos recuerdos como un bálsamo para sedar los sinsabores que trae consigo ver el espectáculo de nuestra vida pública, llena de malas noticias a las que cada día se añade una más. El mismo propósito sedativo tienen las siguientes historietas. En la mesa del Bar Ahúnda don Frustracio les contó a sus amigos: “Por fin anoche mi esposa y yo tuvimos una perfecta compatibilidad sexual”. “¿De veras?” -preguntó con interés uno de los amigo. “Sí -confirmó don Frustracio-. A los dos nos dolió la cabeza”. Grande fue el azoro del novio cuando en su noche de bodas, después de celebrar el acto connubial, le dijo a su desposada: “¡Te amo, Dulcibel! ¡Acabas de regalarme el momento más hermoso de mi vida!”. “¿Qué? -respondió ella, hosca-. ¿Significa eso que no me vas a pagar?”. “Debe usted cambiar sus hábitos, don Camelino -le dijo el médico al maduro paciente-. En adelante absténgase de comer carnes rojas, de consumir sal y harinas, de tomar refrescos azucarados y de beber alcohol”. Al día siguiente la esposa del paciente lo sorprendió en la alcoba conyugal en brazos de una estupenda morena de ondulantes formas. Antes de que la señora pudiera articular palabra don Camelino habló: “Ni me digas nada, mujer. Esto no está entre las cosas que me prohibió el doctor”. FIN.