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La imponente fuerza de una débil red social

Una nación entera a punto de venirse abajo pero una red social la saca adelante.

Jesús Canale

Una nación entera a punto de venirse abajo pero una red social la saca adelante. Ver que un país tambalea y comienza a arder en violencia y muertes (foto), y presenciar cómo una red social local, desconocida para el resto del mundo, logra en unos cuantos días estabilizar los ánimos, conciliar la rebeldía con el poder establecido, dialogar serenamente con el ejército y proponer un nuevo liderazgo para la transición no es cosa menor.

Estamos hablando de Nepal, un país para nosotros casi desconocido y del que poca idea tenemos de su ubicación, su historia y mucho menos de su condición de política. En los primeros días de este mes comenzaron a materializarse en las calles, principalmente de Katmandú, la ciudad capital, protestas tumultuosas que rápidamente crecieron en tono de violencia llegando, por ejemplo, a incendiar el edificio del Parlamento, “forzar” la reacción primero de la Policía a la que luego se sumó el ejército; la gota que derramó el vaso fue una orden gubernamental que prohibía el funcionamiento de algunas redes sociales pero teniendo en cuenta también las inconformidades por el nepotismo oficialista y la corrupción.

El primer ministro renunció pronto, el país quedó en un limbo político y una anarquía expansiva.

En medio de ese conflicto aparentemente incontrolable, una red social local conocida como “Discord” creció de un día para otro de muy pocos a llegar a 150 mil miembros, todos ellos con posibilidad de interactuar ya sea con mensajes de voz, texto o videos, los que en horas lograron captar la atención de las masas, ejercer un eficaz llamado a abandonar la violencia al grado que los coordinadores se impusieron y lograron impedir el acceso a mensajes generadores de violencia, serenando así buena parte del conflicto, persuadiendo al mando militar de sentarse a dialogar con la coordinación de la red, tomar acuerdos a gran velocidad y sobre todo que el ejército les respetara -o les cediera- la facultad de proponer un líder provisional con poder real para encabezar un Gobierno transitorio y todo eso, que se dice fácil, se consiguió a una brevedad ni siquiera esperada por el concierto mundial de las naciones ni por los llamados analistas internacionales. Se pensó, se propuso y se aceptó la sugerencia del grupo de “Discord” que tal líder fuese la señora Suchila Karki, ex presidenta de la Corte Suprema de Justicia de Nepal; el ejército -que en esos días era el único poder efectivo- lo aceptó con buen ánimo.

La recién investida primera ministra tuvo a bien emitir su primer ordenamiento que fue compensar a las familias de las víctimas (70 muertos en total y centenas de heridos), así como abocarse a la reconstrucción de las instituciones destruidas.

Karki prometió permanecer como primera ministra no más de seis meses; se le vio muy bien.

Hace un par de semanas nadie hubiera imaginado que ese país, allá arrinconado en el Himalaya y dejado a su suerte con un conflicto que maduró es apenas una semana, hubiera podido salir de semejante atolladero, cuando lo habitual es ver que tales atascos poíticos suelen prolongarse meses si no es que años.

Las redes sociales prohibidas fueron restablecidas por el aún primer ministro anterior, lo cual fue una acción bien calculada de su parte ya que ésa, que fue prohibición de su Gobierno, fue el gatillo que generó la expansión del conflicto.

Tuvo que poner la muestra al mundo un país atrapado entre China y la India, sin salida al mar, siete veces más chico que México y con una densidad de población tres veces mayor que la nuestra. Bueno, pues todo esto primeramente muestra como un Gobierno que sabe perder, meter reversa y sacar las manos del poder, así como un pueblo que supo detener la espiral fratricida dejándose coordinar por un grupo de jóvenes sin aspiraciones de poder y sin contar con más arma que una precaria red social y su decisión de no permitir -por la fuerza de la razón y no de las armas- más abusos del poder público. A esto súmese una primera ministra que dice “yo, en seis meses me voy”. No en todo lugar se puede decir que hablando se entiende la gente. No en cualquier cabeza cabe la idea de reclamar y defenderse sin ir a matar.

Jesús Canale

Médico cardiólogo por la UNAM.

Maestría en bioética.

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