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El Grito de Sheinbaum

Brillante. No hallo otro mejor adjetivo para calificar el desempeño de Claudia Sheinbaum en el histórico acto donde por primera vez una mujer dio el tradicional Grito de la Independencia.

. Catón

Brillante. No hallo otro mejor adjetivo para calificar el desempeño de Claudia Sheinbaum en el histórico acto donde por primera vez una mujer dio el tradicional Grito de la Independencia. No tengo sino elogios para ella en esa ocasión tan significativa. El atuendo de la Presidenta fue elegante sin ser llamativo; su porte gallardo, y digna su actitud. A diferencia de su antecesor no lanzó mueras, ni consignas partidistas, ni arengas semejantes a aquellas tan ramplonas y fuera de contexto como “¡Viva el amor al prójimo!” o “¡Muera la avaricia!”.

Me gustó que haya vitoreado a mujeres antes no reconocidas y que contribuyeron también a darnos patria, como “La Capitana”. Motivo de controversia podrá ser el hecho de que a doña Josefa Ortiz de Domínguez le haya quitado el apellido marital con que siempre se le ha designado, pero ese debate será entre los usos pasados y las nuevas tendencias feministas, a las cuales favoreció la Presidenta. Igualmente me pareció muy bien que enviara mensajes indirectos al amarilloso mandatario yanqui al mencionar a los migrantes y a la dignidad y soberanía de la nación. A la altura del acontecimiento estuvo la doctora Sheinbaum. Desde aquí le hago llegar un sincero y sonoroso aplauso, tributado con ambas manos para mayor efecto. Y la cereza del pastel. En Dolores Hidalgo, Guanajuato, emblemático sitio de la historia, otra mujer dio el Grito: La gobernadora panista Libia García Muñoz Ledo, también la primera mujer en gobernar esa entidad. Tuvo el acierto de mencionar entre las heroínas a doña María Ignacia Rodríguez de Velasco, la famosísima “Güera” Rodríguez, quien apoyó la causa independista con cuantiosas sumas de dinero, y fue además cercana colaboradora -cercanísima- del autor verdadero de la Independencia, Agustín de Iturbide, tanto que el bizarro jefe desvió el desfile del Ejército Trigarante en su entrada triunfal a la Ciudad de México para hacerlo pasar bajo el balcón de la “Güera”. El victorioso militar lucía un sombrero alargado, de los entonces llamados “de empanada”, con un airoso penacho de plumas verdes, blancas y rojas, regalo que el día anterior -o la anterior noche- le había hecho la hermosísima dama. Iturbide arrancó una de las plumas e hizo que un edecán la entregara a la “Güera”, quien la besó y le envió un disimulado beso al adalid. Que este relato al margen no me aparte de expresar nuevamente mi reconocimiento a la presidenta Sheinbaum, cuyo nombre figura ya en la lista de mujeres pertenecientes a la historia nacional. Empédocles Etílez y su compadre Astatrasio Garrajarra, ebrios consuetudinarios, llegaron en horas de la madrugada a la casa del primero, en estado de competente beodez. El vino hay que saber mearlo, suele decir don Abundio el del Potrero, y ellos no poseían ese valioso saber. La esposa de Empédocles los recibió con justificado enojo. Le dijo a su marido: “Como castigo a tu borrachera te privaré de sexo por un mes”. Y luego, dirigiéndose a Astatrasio: “Y a usted, compadre, por sonsacador, durante 15 días”. Rosibel le comentó a Loretela: “Me gustan los hombres con muchas pompas”. Dijo Loretela: “Yo me conformo con que tengan dos”. En la habitación número 210 del Motel Kamawa se llevó a cabo el consabido acto carnal entre Afrodisio Pitongo, galán concupiscente, y Susiflor, doncella que en esa ocasión dejó de serlo. Al término del trance la joven se echó a llorar desconsoladamente. Gimió llena de congoja: “¡Jamás me perdonaré haber cometido dos veces esta indebida acción!”. Acotó Afrodisio: “Lo hicimos nada más una vez”. Entre sus lágrimas preguntó Susiflor: “¿Qué ya nos vamos?”. FIN.