El miedo a empezar de nuevo: ¿Cuántos años de tu vida ya hipotecaste?
Esta es la historia de una niña de apenas 4 años a la que le regalan un violín y la posibilidad de aprender a ejecutarlo.

Hay historias que funcionan como metáforas de la vida. No porque sean grandilocuentes, sino porque, al escucharlas, nos devuelven un espejo de cómo solemos actuar: A veces con miedo, con apego a lo conocido, con resistencia a cambiar incluso cuando sabemos, en lo más íntimo, que estamos equivocados.
Esta es la historia de una niña de apenas 4 años a la que le regalan un violín y la posibilidad de aprender a ejecutarlo. Ella abrazó ese instrumento con la disciplina de quien todavía no conoce la palabra “renuncia”: Ocho horas diarias, durante 15 años, convencida de que la música y el violín eran su destino.
A los 19 ganó un concurso que la llevó a compartir escenario con una gran violista. Bastó escucharla una sola vez para que su corazón se perturbara: Entendió, sin palabras, que su instrumento verdadero no era el violín, sino la viola. Pero también entendió que ya era “tarde”. ¿Cómo animarse a empezar de nuevo después de tanto recorrido? ¿Qué hacer con esos 15 años invertidos en un camino que de repente se revelaba equivocado?
El miedo, como suele pasar, fue más fuerte que la intuición. Reprimió esa certeza silenciosa y decidió seguir adelante. Otro concurso, un viaje a Europa, un maestro que le sugirió practicar viola para mejorar su técnica. Otra vez la angustia, otra vez el rechazo. No podía arriesgar lo conquistado. Había demasiado invertido como para permitir que unas cuerdas más graves desestabilizaran todo.
Porque aunque a simple vista el violín y la viola parecen primos hermanos, la diferencia es enorme a la hora de ejecutarlos: La viola es más grande, lo que le otorga un sonido más grave y cálido en comparación con el tono brillante y agudo del violín. Sus cuerdas son más gruesas y están afinadas una quinta más baja.
Incluso en la lectura musical existe otra dificultad: Mientras el violín utiliza principalmente la clave de sol, la viola requiere manejar la clave de do.
Cambiar de instrumento no era entonces un simple ajuste técnico: Implicaba desarmar lo aprendido, desaprender parte de la identidad forjada durante dos décadas, comenzar casi de cero.
El tiempo pasó. Los aplausos, los escenarios, los maestros. Y otra vez la misma invitación: Estudiar viola. Esta vez aceptó, quizás agotada de resistirse. Y al poco tiempo lo supo con una claridad absoluta: Ese era su instrumento, ese era su destino.
El violín, al que había dedicado la mitad de su vida, quedó guardado para siempre en un estuche.
Y me pregunto: ¿Cuántas veces reprimimos la voz interna que nos dice que vamos por el camino equivocado? ¿Cuánto nos pesa lo invertido, el tiempo recorrido, la identidad que construimos alrededor de algo que quizá nunca nos perteneció del todo?
Creemos que cambiar de rumbo es un fracaso. Nos convencemos de que “ya estamos grandes”, de que no podemos “empezar de cero”, de que sería traicionar todo lo que hicimos hasta ahora y es así que terminamos atrapados en carreras que no nos llenan, matrimonios que no nos hacen bien, rutinas que nos asfixian.
Lo curioso es que muchas veces el corazón lo sabe desde el principio. Esa certeza inmediata que tuvo la joven violinista al escuchar a la violista es la misma que hemos sentido alguna vez en distintos ámbitos de la vida. Pero la mente, con sus miedos, con sus cálculos de costo y beneficio, con sus excusas razonables, demora años en aceptar lo que el alma grita en un instante.
La Fontaine dice: “Con frecuencia encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo”.
Qué paradoja: Cuanto más nos resistimos a lo verdadero, más nos vamos acercando. El destino insiste, nos rodea, nos ofrece segundas y terceras oportunidades. ¿Sabremos escucharlo? Estaremos abiertos a entender que cambiar no es negar el pasado.
La joven violista no tiró a la basura sus años de estudio, ni sus logros con el violín. Todo ese recorrido le dio la disciplina, la técnica y la madurez necesarias para abrazar con plenitud el instrumento que realmente la llamaba. Lo que parecía un desvío fue, en realidad, preparación. Ella aceptó que su primera elección no fue un error sino parte del proceso. Que cada paso, incluso los que hoy juzgamos inútiles, tienen sentido en la trama de nuestra vida.
El desafío es animarse a escuchar esa voz interna que a veces susurra y a veces grita. Y tener la valentía de obedecerla, aunque implique soltar lo que nos sostuvo durante años.
Porque al final, lo verdaderamente trágico no es haber tomado un desvío, sino quedarse atrapados para siempre en un camino que no nos pertenece.
Y tú, ¿qué “violín” sigues cargando, aun sabiendo que tu corazón ya eligió otro sonido?
CV: Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.
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