La noche del Grito
En este 2025 las fiestas de la Independencia traen un obsequio calendárico que provocaba gran regocijo cuando éramos escolares
El lunes 15 de septiembre se celebra la ceremonia del “Grito”, ese evento en el que el gobernante en turno aparece frente a los ciudadanos para rememorar la arenga que pronunció don Miguel Hidalgo en el pueblo de Dolores en la cual llamó al populacho a tomar las armas contra la dominación española.
Don Porfirio Díaz trasladó la campana que usó Hidalgo a Palacio Nacional, y aprovechó la ocasión para combinar el Grito con una fiesta en Palacio: Después de haber recordado a los héroes que nos dieron Patria, el mandatario y sus invitados pasaban a un baile de gala, con cargo al erario. Así celebraban simultáneamente la Independencia y el cumpleaños del Presidente, que había nacido en Oaxaca el 15 de septiembre de 1830, fiesta de San Porfirio, obispo de Gaza.
En este 2025 las fiestas de la Independencia traen un obsequio calendárico que provocaba gran regocijo cuando éramos escolares: Al fin de semana se suma el asueto del lunes 15 y martes 16, lo que configura un “puente” vacacional de cuatro jornadas. Un “puente” tan largo sólo volveríamos a gozarlo cuatro años más tarde, cuando el 15 y 16 caerían en jueves y viernes, para regocijo de la chamacada.
En aquel Hermosillo, el Grito lo emitía el Gobernador en turno, frente a una Plaza Zaragoza generalmente pletórica, desde la cual la muchedumbre coreaba las vivas del funcionario. El ambiente era festivo, había puestos de sodas, comida y antojitos por los andadores, y muchos llegaban preparados con unos petardos, “palomitas” les decían, que estallaban con un fuerte traquido o con “buscapiés” que zigzagueaban por el suelo echando chispas y provocando chillidos y saltos de los paseantes.
La ceremonia se programaba para las 11:00 de la noche, y conforme se acercaba la hora, la gente se iba concentrando frente al balcón del Palacio, en espera del funcionario que aclamaría a los héroes y a México, hasta por tres ocasiones. Abajo, la multitud coreaba cada viva con algún entusiasmo, mientras el Gobernador vocinglero cumplía con el ritual ondeando la Bandera.
En alguna ocasión, un grupo con cierta malquerencia se puso a pizcar naranjas agrias en los árboles de la plaza, que luego usaron como municiones contra el gobernante. Mientras éste y su esposa se cuidaban de los naranjazos, abajo se armó un zipizape entre unos pocos policías y los enardecidos tiradores de cítricos amargos. Ese episodio ocasionó que en los años siguientes se desplegara un pequeño contingente de jardineros que recorrían la plaza, árbol por árbol, para recolectar las naranjas, no fuera que alguien quisiera repetir la dosis de inquina contra el mandatario.
Terminada la perorata, el gobernante pasaba al interior del Palacio, y desde la azotea del edificio se iniciaba un espectáculo pirotécnico que era, sin duda, lo más esperado por los asistentes. Uno tras otro, aparecían estelas de luz que surcaban el cielo oscuro para trocarse, en un estallido, en cortinas de luces fosforescentes y colores rutilantes que descendían cansinamente sobre la plaza y su alrededor.
El espectáculo duraba algunos minutos para dar paso, en los jardines vecinos, a la quema de varios “castillos” de madera, forrados de cuetes, luminarias y espirales coloridas que bañaban la noche con sus luces centelleantes y truenos estentóreos que iban callándose a medida que se consumían los destellos fugaces.
El eco de los cuetes subsistía en medio de una espesura de humo, y contrastaba con el silencio azorado de la multitud que esperaba un final jocoso: La aparición entre las tinieblas de los “toritos”, pequeñas estructuras de madera recubiertas con petardos y fuegos artificiales, cargadas por muchachos que corrían entre la gente, esparciendo luces y detonaciones rotundas y provocando carreras y huidas entre risas y prisas de niños, adultos y parejas efusivas y gozosas.
Eso marcaba el final del festejo. Retornábamos a casa, envueltos en aromas de humos y pólvora, a descansar porque al día siguiente había que desfilar desde temprano.