¿Cómo seguir viviendo cuando no hay más nada que hacer?
¿Qué haces frente a algo que no tiene arreglo?

Historias demasiado humanas
¿Qué haces frente a algo que no tiene arreglo? ¿Te enojas, lo niegas, sigues intentando como si todavía hubiera esperanza? Hay un viejo chiste que lo resume bien.
Un hombre tenía incontinencia urinaria. Un amigo le recomienda un sicoanalista. Años después, se cruzan:
-“¿Arreglaste tu problema?”.
-“No- dice el hombre-, pero ahora sé por qué me hago encima”.
Imaginemos que el amigo le hubiera recomendado un terapeuta conductista. Meses después se encuentran:
-“¿Arreglaste tu problema?”.
-“No, me sigo haciendo encima… pero ahora uso pañales”.
Y en la tercera versión, el hombre va a un terapeuta gestáltico. Tiempo después, el amigo pregunta:
-“¿Arreglaste tu problema?”.
-“No, me sigo haciendo encima… pero ya no me importa”.
Más allá del chiste, hay algo profundo: En la vida hay problemas que no se arreglan. ¿Qué hacemos entonces?
Conocí a una mujer que llevaba 15 años casada cuando su marido le dijo que se quería separar. Ella no lo podía creer. Le pidió tiempo, le rogó que fueran a terapia, que pensaran en los hijos. Él aceptó para no lastimarla más, pero ya se había ido por dentro.
Durante meses ella hizo todo lo posible para retenerlo: Se volvió la esposa perfecta, lo llenó de atenciones, buscó todas las estrategias que le recomendaban sus amigas. Nada funcionó. Él se fue igual. Y ella quedó destrozada.
Un día, en medio del llanto, me dijo algo que nunca olvidé: “Me costó entender que no había nada más que hacer. Que lo único que me quedaba era soltar, aunque se me rompiera la vida en pedazos”.
A veces la vida es así: Creemos que podemos torcer el destino si nos esforzamos lo suficiente, si encontramos la manera. Pero no. Hay cosas que no vuelven.
Otra historia: Un amigo recibió el diagnóstico de una enfermedad degenerativa. Al principio hizo lo mismo que haríamos cualquiera: Buscó especialistas, probó tratamientos, investigó curas milagrosas. Durante un tiempo creyó que, si encontraba la fórmula correcta, iba a salvarse. Hasta que un médico se lo dijo sin rodeos: “Esto no se cura. Sólo podemos acompañar el proceso”.
Ahí se quebró. Me contó que fue como chocar contra una pared. Pasó semanas sin levantarse de la cama.
Hasta que un día entendió que tenía dos opciones: Gastar lo que le quedaba peleando contra lo inevitable, o usar esa energía para vivir lo mejor posible. Eligió lo segundo. No porque se volviera un iluminado, sino porque entendió que seguir luchando no lo iba a salvar, y que seguir viviendo era otra forma de ganar.
Aceptar no es rendirse ni resignarse, sino elegir dónde ponemos la vida cuando la vida no nos da opciones. Sería como hacer espacio para que la vida siga, incluso cuando no es como queríamos.
Porque pelear contra lo imposible es una manera admirable de seguir sufriendo.
No es fácil. Nadie está preparado para que lo que más quiere se termine: Un amor, un cuerpo sano, un sueño. Nos enseñaron a pelear, no a aceptar. Y sin embargo, a veces la única salida no es continuar peleando para ganar la batalla, sino dejar de librarla.
Entonces la pregunta no sería cómo evitar el golpe, sino cómo vivir después de haberlo recibido. Cómo no convertirnos en el daño que nos hicieron, ni en la enfermedad que nos tocó, ni en la ausencia que no vuelve.
Y tú, ¿qué harías cuando no hay vuelta? ¿Seguir peleando contra lo imposible… o aprender a caminar con la herida abierta sin dejar de vivir?
Juan Tonelli
Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.
www.youtube.com/juantonelli