Negro día
“Septiembre, se tiembla”. Muchos ciudadanos temblamos ante el sombrío panorama que se cierne sobre nuestro País, caído en manos de falsarios que han aniquilado la democracia y la justicia.

“Septiembre, se tiembla”. Esa frase proverbial se usaba en Veracruz en tiempos del antepasado siglo y principios del pasado. Sucedía que en ese mes arreciaba grandemente la virulencia de las enfermedades tropicales que asolaban al Puerto y hacían numerosas víctimas sobre todo entre los extranjeros que llegaban por el mar. En igual forma, para la Ciudad de México septiembre es también mes tembloroso, pues en él se han registrado los más fuertes temblores que la han sacudido. Negro día, nefasto día fue este último 1 de septiembre. En esa fecha se consumó la destrucción de la justicia y el derecho en nuestro País, crimen de lesa patria iniciado perversamente en el anterior sexenio y concluido torpemente en el actual. La toma de posesión de los nuevos ministros de la Suprema Corte estuvo precedida por ridículos rituales supuestamente indígenas, pero tan falsos como la elección que llevó a esos hombres y mujeres al sitial que ahora ocupan. Para el efecto se celebraron actos escenográficos que hacen ofensa a los mexicanos pertenecientes en verdad a las diversas etnias nacionales. Eso de que los ministros acordeonistas se hayan puesto de rodillas a fin de ser sahumados y purificados con hierbas, danzas, exorcismos y otras supuestas ceremonias prehispánicas fue un sainete indigno del decoro que debe acompañar a quienes integran el máximo órgano judicial de la Nación. El principal de ellos, Hugo Aguilar, no es indígena sino mestizo, como la inmensa mayoría de los mexicanos. La toga que porta con ribete de mercado de artesanías más propia es de un histrión que de un jurista. Igualmente indebido es el bastón de mando puesto en el escudo de la Corte. “Septiembre, se tiembla”. Muchos ciudadanos temblamos ante el sombrío panorama que se cierne sobre nuestro País, caído en manos de falsarios que han aniquilado la democracia y la justicia, seguro anuncio del acabamiento de la libertad. Vayamos ahora a cosas más ligeras, no como evasión de la realidad, sino como bálsamo para sedarla. El juez penal le dijo al detenido: “Lo condeno por ser ladrón de casas. Tenía usted en su poder una ganzúa para forzar las puertas. Eso prueba su culpabilidad”. “En ese caso -manifestó el sujeto- condéneme también por abuso sexual”. El juzgador se sorprendió. “¿Está usted confesando haber cometido ese delito?”. “No lo he cometido -replicó el acusado-, pero también tengo la herramienta para cometerlo”. En el Bar Ahúnda el solitario bebedor le comentó al cantinero: “Mi esposa es cuentacuentos”. “¿De veras?” -fingió interesarse el barman. “Sí -confirmó el parroquiano-. Todas las noches me cuenta uno. Que le duele la cabeza; que está cansada; que al día siguiente tiene que levantarse muy temprano”. El novio tenía 70 años; 30 a lo más la novia. Al principiar la noche de las bodas él le dijo a ella: “No esperes mucho de mí. Por la edad mis facultades han disminuido”. Pese a tal declaración el provecto señor consumó el matrimonio con bizarría que le hubiera envidiado un muchacho de 20 años. No sólo eso: Transcurrido un cuarto de hora repitió la acción con igual buen desempeño. Y asombrémonos: Media hora después se llegó a su mujer bien preparado ya para un tercer deleite. Le dijo ella, exhausta por las vehementes demostraciones de su viripotente cónyuge: “Pitorro -tal es el nombre del señor-, ¿vuelves a lo mismo? Ya van dos veces que haces esto”. “¿De veras? -se sorprendió el septuagenario-. No me acordaba. Te digo: Mis facultades han disminuido”. (Nota. Está científicamente comprobado que el exceso de actividad sexual causa pérdida de la memoria. Perdón, ¿qué les estaba diciendo?). FIN.
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