¿Estás en paz con tu vida tal como es?
La cultura suele empujarnos a ser conservadores, a abrazar lo seguro, incluso cuando lo seguro ya no nos hace bien.

Historias demasiado humanas
Después de 30 años de matrimonio, ella tomó la decisión de separarse. No fue por enojo, tampoco por un tercero ni por una infidelidad. Su marido era un buen hombre, un padre presente, alguien con quien había construido una vida ordenada. Pero, después de tanto tiempo juntos, sentía que ya no eran compañeros de vida: Apenas compañeros de crianza y de hogar.
Me confesó que a veces extrañaba la vida en común, que por momentos lo echaba de menos a él y que, en ocasiones, sentía miedo de estar sola. Sin embargo, cada vez que se detenía a revisar su decisión, lejos de dudar, la reconfirmaba. No quería permanecer en una comodidad insatisfactoria, aun asumiendo el riesgo de no encontrar otro amor.
Su historia va a contramano del refrán popular: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”.
La cultura suele empujarnos a ser conservadores, a abrazar lo seguro, incluso cuando lo seguro ya no nos hace bien. Ella, en cambio, eligió creer que quizás exista ese “bueno por conocer”. No se separó porque era infeliz, sino porque apostó a que podría ser más feliz.
Al escucharla, me vino a la memoria la historia que contaba una sicoterapeuta sobre una paciente que había sido impecable toda su vida: Buena alumna, buena hija, buena esposa, buena madre, cuidadora de sus padres ancianos. Siempre correcta, siempre al servicio de los demás.
Hasta que un día, apareció en su casa un hombre cualquiera, con un camión, tatuajes y una remera sin mangas, para sacar un árbol que había caído sobre el jardín.
No tenían nada en común, no había historia ni futuro posible. Es más: Ella jamás podría haberse fijado en un hombre así. Y, sin embargo, terminaron en la cama. No era amor ni proyecto, no era nada más que un respiro. Nada menos que un respiro.
Se sintió culpable, sí, pero también liberada, “con un árbol menos, pesado y caído sobre su espalda”.
La terapeuta le dijo que esa aventura había sido la adolescencia que nunca tuvo. Un poco de oxígeno en una vida demasiado ordenada.
El contraste me resulta revelador: Hay quienes se separan en busca de algo más, y hay quienes se quedan, pero se fugan en pequeñas grietas. En el fondo, lo que todos buscan es aire. Sentir que la vida respira.
Y entonces me pregunto: ¿Qué pasa si ese “algo más” no existe? ¿Si la expectativa es infinita y siempre nos deja vacíos, o culpables? ¿No será que la felicidad no depende tanto de encontrar más, sino de reconciliarnos con lo que tenemos?
Rafael Santandreu, en su libro “Las gafas de la felicidad”, habla de la “bastantidad” como un principio imprescindible para vivir mejor. Consiste en decirse a uno mismo: “Con muy poco tengo bastante”. Algo similar a lo que afirmaba San Francisco de Asís: “Cada día necesito menos cosas y las pocas que necesito, las necesito muy poco”.
Tal vez no se trata de alcanzar un ideal imposible, sino de aprender a estar en paz con la realidad como es. Dejar de pelear con lo que no va a cambiar. Porque en las parejas, sobre todo, resulta destructivo pretender que el otro sea distinto de lo que es. Esa exigencia corroe, agota y termina por asfixiar a ambos.
En algún punto, se trata de elegir: Aceptar la realidad y encontrarle sentido, o cambiarla cuando la certeza de la insatisfacción se hace insoportable. Lo difícil es saber cuándo una decisión es un acto de amor propio y cuándo es sólo una fuga hacia adelante.
Por eso la pregunta que me queda, y que te dejo, es esta: ¿Estás en paz con tu vida tal como es, o vives en guerra con la realidad, buscando lo que tal vez no exista?
Juan Tonelli
Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.
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