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“Si, pero no”

Es cierto: Maduro es un miserable. Pero el soberbio y prepotente Tío Sam debe abstenerse de pisar suelo venezolano.

. Catón

De política y cosas peores

“Sí, pero no”. La expresión parece anfibológica, vale decir ambigua, equívoca, contradictoria. Y sin embargo la uso ahora. Digo: Sí pero no. Me explicaré. Desde muy temprana edad empecé a comprar libros, y a leerlos. Muchos llegué a juntar. La amada eterna solía decir que vivíamos en una biblioteca a la cual se habían añadido por accidente algunas habitaciones. Mis libros abarcaban tantos temas que no los podía yo abarcar. Ayer, deambulando por ese espeso bosque de papel, me topé con un librito curiosísimo. La desgraciada memoria mía, que no me permite el sosiego del olvido, me hizo recordar dónde lo encontré: En una pequeña tienda de artículos religiosos junto al santuario del Niño de Plateros -el Santo Niño de Atocha- en Fresnillo, Zacatecas. El libro contiene 100 respuestas que una muchacha puede dar a su novio cuando éste le pida aquellito usando la resobada frase: “Si de veras me quieres dame una prueba de tu amor”. Tales respuestas van desde un lacónico y rotundo “No” -contestación número uno- hasta una elaborada argumentación: “La prueba de mi amor que te daré será conservarme virgen para ti hasta el día de nuestro matrimonio”. O sea sí pero no. Lo mismo digo yo en tratándose del caso Venezuela. Sí: Pienso que Nicolás Maduro es un cab…, un hijo de tal que mantiene en la opresión a los venezolanos y ha llevado a la miseria a la nación hermana. Tan ignorante y zafio es el sujeto -el que vio en un pajarito el espíritu de Chávez- que ni siquiera merece el nombre de tirano: Es sólo un tiranuelo. Me gustaría verlo defenestrado. Pero no. Me opongo a una intervención armada en territorio venezolano por parte de Estados Unidos para derrocar a ese canallesco individuo. Esa acción con la que Trump está amenazando violaría todos los protocolos internacionales y sería funesto y ominoso anuncio, pues lo que eventualmente haría el desquiciado yanqui en Venezuela podría hacerlo luego en otros países, el nuestro, por ejemplo. Es cierto: Maduro es un miserable. Pero el soberbio y prepotente Tío Sam debe abstenerse de pisar suelo venezolano. Eso le acarrearía la condena universal, a la cual yo añadiría la mía, toda proporción guardada. Lo dicho: Sí pero no. En el glorioso Ateneo Fuente, la prestigiosa escuela preparatoria de mi ciudad, Saltillo, tuve una linda maestra de francés. Era tan joven que más que profesora parecía compañera nuestra. Bella de rostro, armoniosa de formas, todos sus alumnos estábamos secretamente enamorados de María Romana Herrera, Romanita, que así se llamaba ella. Con frecuencia le pedíamos -cosa que le extrañaba- que nos dijera cómo se pronuncia la ü francesa, pues eso la hacía alargar los labios en forma que nos parecía invitación al beso. En su clase aprendí el significado de la expresión savoir-faire. Eso quiere decir algo así como tener mundo, tener clase, saber hacer las cosas. Tal locución aparece en el cuento que seguidamente voy a relatar. Tres franceses discutían acerca del sentido de esa frase: savoir-faire. Opinó uno: “Si llegas a tu casa y encuentras a tu esposa en brazos de otro hombre y les dices: ‘Perdonen la interrupción’, eso significa que tienes savoir-faire”. “No -dijo el segundo-. Si llegas a tu casa y encuentras a tu esposa en brazos de otro hombre y les dices: ‘Perdonen la interrupción. Sigan por favor’, eso significa que tienes savoir.faire”. “Están equivocados -declaró el tercero-. Si llegas a tu casa y encuentras a tu esposa en brazos de otro hombre y les dices: ‘Perdonen la interrupción. Sigan por favor’, y le siguen, eso significa que tu esposa y el tipo tienen savoir-faire”. FIN.