Tribunal Ovejuno
Lo que validaron no fue una elección limpia. Fue un proceso marcado por irregularidades documentadas...

Denise Dresser
“¿Acaso las 13 millones de personas fueron ovejas, ciegas, sordas y acríticas?”, preguntó la magistrada Mónica Soto al validar la elección del Poder Judicial. La respuesta es sencilla: No fue Fuenteovejuna, sino ella, Felipe Fuentes y Felipe de la Mata. Los tres magistrados del Tepjf con toga teñida de guinda, que decidieron ignorar las evidencias de un trámite fraudulento. Tres guardianes que, en vez de cuidar la legalidad, se volvieron cómplices de su desmantelamiento.
Lo que validaron no fue una elección limpia. Fue un proceso marcado por irregularidades documentadas en el informe técnico “Estándares Democráticos en el Proceso Electoral Judicial” del Proyecto Justicia Común, en la investigación de Javier Aparicio del CIDE, y en varios estudios más. Ahí están descritas anomalías flagrantes: La llamada “Operación Acordeón”, padrones inflados y votantes “virtuales”; casillas donde se registra más del 100% de participación respecto al listado nominal; cómputos distritales alterados en la opacidad de la madrugada; actas inconsistentes que desaparecen en tránsito y reaparecen corregidas. ¿Y qué hicieron los tres magistrados capturados por el partido-gobierno? Taparse los ojos, cubrirse los oídos y anular la razón crítica.
El magistrado Reyes Rodríguez señaló la altísima probabilidad de que los llamados “acordeones” -esas boletas previamente rellenadas y diseminadas de manera sistemática para favorecer a ciertos candidatos- explicaran los resultados inexplicables que vimos. No se trató de errores aislados ni de anomalías estadísticas improbables, sino de un patrón replicado en múltiples distritos, imposible de atribuir al azar. Lo que validaron tres magistrados proto morenistas no fue el reflejo fiel de la participación libre, sino el producto de una maquinaria tramposa diseñada para manufacturar mayorías.
En 51,858 casillas -equivalente al 61.5% del total nacional- resultaron electas entre seis y nueve de las candidaturas promovidas para la Suprema Corte. Esta correlación estadísticamente significativa evidencia la magnitud del impacto de la inducción. Cada vez que Hugo Aguilar Ortiz declare que no tiene compromisos políticos, recuérdenle su afiliación al “acordeón”. Y, en lugar de investigar el daño, la mayoría oficialista acabó legitimándolo. Lo que era un embuste se transformó en “elección válida”.
Ese es el mundo al revés en el que estamos atrapados. Quienes antes denunciaban el fraude ahora lo fabrican. El PRD que convirtió “¡voto por voto, casilla por casilla!” en grito de guerra, y Morena, que acusaba al IFE de vendido y al Trife de encubridor, hoy son los beneficiarios de un tribunal capturado. Denunciaron a árbitros complacientes y ahora los moldean a su antojo. Lo que antes era “mapachería” ahora es “ejercicio democrático”. La hipocresía institucionalizada.
El peligro de perder a un Tribunal creado para dirimir conflictos postelectorales es obvio. Académicos como Andreas Schedler habla del “menú de la manipulación”: Cuando el árbitro está controlado, se facilita el acarreo, el clientelismo, y la alteración de actas. Levitsky y Way documentan cómo los regímenes autoritarios competitivos prosperan gracias a tribunales dóciles que validan abusos. Pippa Norris advierte cómo la destrucción de la confianza ciudadana proviene no sólo de fraudes en sí, sino de saber que no habrá árbitro imparcial que los corrija. Y la consecuencia es doble: Más protesta y más apatía. Gente que ya no cree en el voto, o que decide pelear en la calle -recordemos las “concertacesiones” del salinismo o el surgimiento del EZLN- porque el camino institucional se cerró. Así se incuban la violencia y el retroceso democrático.
Esto se volverá hábito. Hoy es la elección judicial. Mañana serán las legislativas. Pasado mañana, la presidencial. Un réferi capturado no suelta el silbato; lo usa para marcar siempre a favor del mismo equipo. Y sin árbitros independientes no hay democracia que sobreviva. Con árbitros cooptados, lo que queda es simulacro.
Al validar esta elección judicial, Soto, Fuentes y De la Mata no defendieron el derecho al sufragio; lo vaciaron de contenido. No fueron árbitros, fueron notarios de la timadura. No garantizaron certeza, la pulverizaron. Juntos, legitimaron la morenización del fraude. Y lo hicieron como ovejas sordas, ciegas y acríticas, encerradas en el corral de oro que el Gobierno les construyó.