Los cambios en el gabinete
A López Obrador lo que más le conviene o interesa es que Claudia Sheinbaum tenga el mayor éxito posible y la 4T consiga sus objetivos. En esencia son los mismos. El propio López Obrador asumió que su sucesor tendría que ser más moderno y ajustar el País a nuevas realidades. Su famoso “cambio con continuidad”. Y es justamente lo que está sucediendo.
Todo gabinete de inicio es provisional o transicional, como bien se sabe. Sea porque la primera versión es todavía el resultado de una mezcla o conciliación entre el poder que se va y el que entra, sea por los ajustes lógicos luego de los encontronazos con la realidad por parte del equipo original. En ocasiones simplemente por imponderables, trátase de un escándalo o un desafío adicional que obliga a inclinarse por un perfil diferente. Lo cierto es que al final de un sexenio más de la mitad de los titulares de las oficinas han sido reemplazados.
Después de casi un año de la presidencia de Claudia Sheinbaum, es lógico que tirios y troyanos se pregunten cuándo y en qué sentido serán los cambios que la mandataria habrá de introducir. Muchos interpretarán esos cambios con el exclusivo y obsesivo enfoque de saber si se trata del “esperado” distanciamiento de la Presidenta de su predecesor y líder histórico del movimiento, Andrés Manuel López Obrador.
Pero esta es una lectura equivocada, por más que los usos y costumbres lleven a interpretarlo así. Un enfoque que equivale a no entender la singularidad de este movimiento político. Se asume erróneamente que la verdadera fortaleza de Sheinbaum sólo será posible cuando “se sacuda” el peso o la influencia de López Obrador. No es así. Por el contrario; el vínculo con el fundador del movimiento consolida lo más preciado por cualquier gobernante, el apoyo de las masas. ¿Para qué ponerse a rivalizar en popularidad cuando es mucho más sencillo mostrarse como la obradorista número uno de ese movimiento y convertirse para todos los efectos prácticos en la beneficiaria primordial de ese apoyo?
Por lo mismo, lo último que le interesa a Claudia Sheinbaum es deslindarse de López Obrador. Primero, porque más allá de afectos y respetos mutuos, comparte sus banderas; para modernizarlas de cara a los nuevos desafíos no necesita traicionarlas ni renunciar a ellas. Puede instalar su segundo piso modificando, incluso, algunos tramos del trazo original. Y para hacerlo no requiere pregonar una crítica a lo que está modificando. El caso de la estrategia de seguridad es un ejemplo.
Y segundo, insisto, porque, contra lo que se cree, dar el famoso “manotazo” sobre la mesa, o cortar el cordón umbilical, no la haría más fuerte sino más débil. Al menos por dos razones. Una, ninguna cabeza del movimiento puede disputarle a la Presidenta el papel como guía ideológica de Morena. En pocas palabras, nadie puede decir con un mínimo de credibilidad entre la base “lo que está haciendo Sheinbaum es incorrecto, “López Obrador nunca lo habría aprobado” o “la 4T no es eso”. Las cabezas del Poder Legislativo como Adán Augusto o Ricardo Monreal carecen de autoridad moral, por decirlo rápido. Los familiares del ex Presidente tampoco estarían en condiciones de hacerlo. Por su parte, los dirigentes formales del partido entienden que el líder en funciones del movimiento reside en Palacio. No hay gobernadores o cuadros fuertes dentro de Morena con interés o peso para hacer una crítica a Claudia presentándose, ante la base, como alguien más leal a López Obrador.
Dos, y más importante, todo esto es así por la responsable actitud asumida por el propio López Obrador. El deslinde sería necesario si el ex Presidente estuviera recibiendo quejosos o resentidos, enviando recomendaciones, exigiendo posiciones o simplemente haciendo circular su parecer sobre los dichos y hechos de la nueva administración. Nada de eso está sucediendo, aunque a muchos les cueste trabajo creerlo.
Pero bien mirado no carece de lógica. A López Obrador lo que más le conviene o interesa es que Claudia Sheinbaum tenga el mayor éxito posible y la 4T consiga sus objetivos. En esencia son los mismos. El propio López Obrador asumió que su sucesor tendría que ser más moderno y ajustar el País a nuevas realidades. Su famoso “cambio con continuidad”. Y es justamente lo que está sucediendo. Seguramente algunos matices podrían no ser de su completo agrado; no lo sé, aunque es lógico suponerlo. Pero es evidente que ninguno de estos matices merecería poner en movimiento una reacción que, inevitablemente, terminaría por dividir a Morena. Mientras el proyecto camine en esa dirección y su sucesora sea respetuosa con su legado, su figura y su familia, el ex Presidente asumirá su responsabilidad histórica. Sheinbaum la suya. Y en esa lógica ni deslindes ni rupturas vendrán de parte de ellos.
Los cambios llegarán como resultado natural del ejercicio de gobernar. Sucedió en Hacienda hace meses y en la Unidad de Inteligencia Financiera hace unas semanas. Dependiendo de las circunstancias y la valoración de desempeños, poco a poco habrá remociones y enroques. La Presidenta es una jefa exigente, sabe lo que quiere de cada colaborador y actúa en consecuencia. Lo demostró en su gabinete como jefa de la Ciudad. Lo que podemos estar seguros es que los cambios no vendrán en función de cuán cercano o lejano sea un funcionario a López Obrador. En el nombramiento inicial pudo haber existido un gabinete de transición en el que las señales de identidad y estabilidad eran convenientes. Pero los cambios que vendrán obedecerán esencialmente a las necesidades y desafíos que afronta el Ejecutivo. Habrá que tenerlo en cuenta para cuando se desate la interminable especulación sobre el supuesto “deslinde”, frente a los cambios que más temprano que tarde habrán de venir.
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