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La justicia ha muerto en México

Quienes ocuparán los sitiales de la Suprema Corte, ministros y ministras de “acordeón”, son todos adictos a la 4T, y por lo tanto no estarán al servicio de la justicia sino del Estado.

. Catón

De política y cosas peores

Llegas a Paila, punto situado a media distancia justa entre Saltillo y Torreón. Si sigues adelante, hacia el Poniente, llegarás a esta última ciudad, la primera de la comarca llamada La Laguna. Si tomas hacia la izquierda, en rumbo Sur, llegarás al paraíso. Quiero decir que llegarás a Parras de la Fuente, uno de los más bellos lugares entre los muchos lugares bellos que tiene mi natal Coahuila. Ahí se encuentra la noble y blasonada Casa Madero, la bodega de vinos más antigua del mundo en funcionamiento ininterrumpido. Más añosas las hay en Europa, desde luego, pero dejaron de operar en el curso de las dos grandes guerras del pasado siglo. Casa Madero, en cambio, se ha mantenido desde el dieciséis en actividad continua, y sus caldos han ganado preseas internacionales que le dan lustre y prestigio. Evoco aquí el nombre de un amigo inolvidable, José Milmo, que con su generosidad y su trabajo engrandeció esa casa, y con ella a toda la comunidad parrense. Sitio de tradición es Parras, y por lo tanto rico en anecdotario. Un cierto señor de ahí, llamado Jesús, tuvo la peregrina ocurrencia de morirse. “Morir es una costumbre que sabe tener la gente”, dijo Borges. En aquellos años -los que pasaron hace años son “aquellos años”- la gente nacía y moría en su casa. Así, en la sala de la suya se dispuso la parafernalia funeral de don Jesús: El ataúd con las cuatro velas, el crucifijo al frente con un ramo de flores olorosas a sudario, y las sillas adosadas a las paredes de la habitación para uso de los más o menos dolientes. Era costumbre establecida que en esos casos la viuda se atacara, o sea experimentara un desmayo convulsivo, real o simulado, como prueba de dolor por la pérdida del finadito. Pero se acercaba la medianoche y a la esposa de don Jesús no le daba el tal telele o patatús. Así una de las presentes fue hacia ella. “Comadre: Que dicen las señoras que a qué horas le va dar el ataque, porque ya nos tenemos que ir”. Buscó la viuda el necesario acogimiento de un mullido sillón y se dejó caer en él con un desmayo más convincente que los que en escena figuraba doña María Tereza (con zeta) Montoya, consumada actriz dramática. La concurrencia pudo entonces retirarse. La esposa del difunto quedó sola. Cansada por los afanes del día decidió ir a recostarse un poco en su recámara. Sucedió que en eso pasó frente a la casa un borrachín. Por la ventana de la sala vio que había muerto tendido, y donde había muertito había siempre cafecito, quizá con añadidura de piquete o tripas, que así se nombraba al aguardiente o ron que se le ponía al café. Entró el beodo a la sala mortuoria, y viendo que no había nadie ahí gritó con vez potente hacia el interior: “¿Hay café?”. Al oír aquello la viuda dijo con acento de reproche: “Ay, Jesús. Tú ni muerto me dejas descansar”. No incurro en lo melodramático si digo que la justicia ha muerto en México. Quienes ocuparán los sitiales de la Suprema Corte, ministros y ministras de “acordeón”, son todos adictos a la 4T, y por lo tanto no estarán al servicio de la justicia sino del Estado. Aun así, el Gobierno morenista no podrá descansar. Las voces de los mexicanos libres se levantarán de continuo para preguntar: “¿Hay justicia?”. (Uta, ahora que releo lo que escribí advierto que bien podría haberlo escrito doña María Tereza Montoya. Con zeta). Todos los cuadros en aquella exposición pictórica eran de desnudos femeninos. Ante uno, sin embargo, se aglomeraban todos los asistentes masculinos. “¿Por qué es eso?” -le preguntó alguien al autor de la pintura. Explicó el artista: “Porque en vez de mi firma puse el número telefónico de la modelo”. FIN.

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