El error mortal de quienes dan todo por amor
Dar más de lo que tenemos puede sonar a nobleza, a entrega, a amor puro. Pero muchas veces es apenas otra forma de autodestrucción.

Historias demasiado humanas
Dar más de lo que tenemos puede sonar a nobleza, a entrega, a amor puro. Pero muchas veces es apenas otra forma de autodestrucción. Porque cuando nos vaciamos por completo, no sólo dejamos de sostener a otros… también dejamos de sostenernos a nosotros mismos.
Un sacerdote que conozco me lo enseñó sin proponérselo. Llevaba más de una década donando sangre. Un día, en el hospital, un chico se le acercó con intención de donar. El sacerdote le explicó que no podía por ser menor de edad. El chico, con algo de desafío, le preguntó cuántas veces había donado él. “Cuarenta y cuatro”, respondió. Después le explicó que lo hacía cada tres meses, el tiempo exacto que el cuerpo necesita para reponer el medio litro entregado. Ni antes, ni después. El cuerpo no negocia con sus límites: Si quieres volver a dar antes de reponerte, te debilitas.
Me pareció una imagen perfecta de lo que tantas veces olvidamos: Que para dar de verdad primero hay que estar entero. Pero, ¿cuántas veces damos antes de reponernos? ¿Cuántas veces nos obligamos a ofrecer tiempo, energía, atención, afecto… cuando por dentro ya estamos exhaustos? ¿Cuántas veces confundimos amor con agotamiento?
Hay momentos en que la vida no nos da alternativa: Una enfermedad, una crisis, un accidente, y ahí no hay cálculo posible. Ayudamos con todo lo que tenemos, aunque no alcancen las reservas. Pero no siempre es así. Muchas veces seguimos dando incluso cuando nadie nos lo pide, incluso cuando podríamos esperar, o cuando lo que entregamos nace más de la culpa o del miedo que de la alegría.
El andinismo tiene una regla que debería enseñarse en la escuela: Cuando un compañero pierde el equilibrio y está atado a vos, una mano se aferra fuerte a la montaña y la otra se tiende para ayudar. Nunca las dos. Porque si sueltas tu propia cuerda para rescatarlo, los dos se precipitan.
Pienso en Laura, una amiga que cuidó a su madre enferma durante años. Dejó su trabajo, postergó sus estudios, renunció a su vida social. Cuando su madre se recuperó, ella estaba destrozada, sin proyectos y con una depresión que le llevó años remontar. Lo más doloroso es que su madre, durante su convalecencia, le pedía que viviera, que saliera, que no se olvidara de sí misma. Pero Laura no pudo escucharlo porque entendía que amar era eso: Quedarse siempre, aunque le costara la propia vida.
¿Cuántas Lauras conocemos? ¿Cuántas veces fuimos Laura? ¿Cuántas veces dijimos que “no pasa nada” mientras por dentro se nos caían las paredes? Solemos creer que el amor verdadero es sacrificio. Pero el sacrificio constante, sin pausa y sin equilibrio, no es amor: Es desgaste.
¿Existe una medida justa o perfecta para dar? Sin duda no existe una fórmula, pero podríamos establecer una medida saludable: Aquella que no se calcula en litros de sangre, horas de sueño o monedas en el bolsillo, sino en algo mucho más sutil: La medida de la sensación que nos queda después de dar.
Si lo que ofrecemos nace con alegría, desde un sentir genuino y nos deja livianos, seguramente estemos en el punto justo. Si, en cambio, después de dar nos sentimos drenados, resentidos o vacíos, tal vez hemos cruzado una frontera invisible: La que separa la entrega del abandono de uno mismo.
El sacerdote seguirá donando sangre. Cada tres meses, como siempre. Y yo, desde que lo escuché, me pregunto si en mi vida estoy respetando ese mismo ciclo. Y me recuerdo: Una mano para ayudar, y otra, bien firme, para no soltarme.
¿Y tú? ¿Estás dando desde la alegría o por obligación? ¿Estás usando las dos manos para ayudar, o guardas una para sostenerte?
Juan Tonelli
Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.
www.youtube.com/juantonelli
Sigue nuestro canal de WhatsApp
Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí