Muerte asistida, ¿deseo o derecho?
No todos los deseos son derechos, aun tratándose de uno mismo.

El suicidio asistido -en algunos ambientes llamado “muerte asistida”, en otros “suicidio médicamente asistido”- se refiere al deseo cumplido de una persona de que su vida termine por su propia solicitud, en el momento y forma que elija y en un entorno en apariencia médico. Esta modalidad de muerte programada, directamente provocada por un profesional de la salud y siempre a petición del que busca terminar su vida, tiende a extenderse en algunos países de Latinoamérica y de hecho ser legalizada. El primer País de la región en legalizar el suicidio asistido fue Colombia y también existe una peculiar legalización en Uruguay y Chile; en México la Suprema Corte ha declarado inconstitucionales las leyes que rechazan el suicidio de manera que eso abrió las puertas para su eventual legalización.
De hecho, es ya visible la pretensión de diversas instancias en nuestro País que tocan la puerta con cada vez más insistencia para su legalización definitiva, a la par con la eutanasia, aunque en el caso de ésta sobresale la diferencia de que, estrictamente hablando, consiste en la terminación de la vida de una persona en un entorno en apariencia médico pero sin contar necesariamente con el consentimiento del sufriente. Queda aquí aclarar que con frecuencia se refiere al suicidio asistido e igualmente a la eutanasia, como “muerte digna” siendo que la connotación original de esa designación se refiere morir con dignidad pues la muerte en sí no es propiamente digna sino que es la cancelación definitiva de la vida. “Muerte digna” ha sido frecuentemente señalada como un eufemismo, es decir como una manera más suave, ligera o diluida de llamar a una muerte que es directa e intencionalmente provocada.
El caso de una joven mujer colombiana -43 años- que afectada de una forma de cáncer con muy pocas probabilidades de superarlo, que falleció a petición suya y en el momento deseado a manos de una doctora que le aplicó por la vena un fuerte sedante y después un medicamento en dosis mortal, todo esto en la modalidad de suicidio médicamente asistido (asistido, se entiende aquí como apoyado).
La fallecida fue Tatiana Andia, una socióloga académica que sobresalió por sus críticas al defectuoso sistema oficial de salud de su País caracterizado por una burocracia enredosa y lentitud para corregir deficiencias; entre otros logros, Tatiana fue exitosa en lograr la reducción de los precios de los medicamentos en Colombia. Antes de enfermar, Tatiana fue promotora del supuesto derecho al suicidio asistido. Tatiana expresó durante su enfermedad frases como “se me olvida que es mi vida y es mi derecho decidir cuándo termina”, también escribió “simplemente, se acabó la fiesta, me apagaron la música”, o bien “yo no le tengo miedo a la muerte, pero sí le tengo mucho miedo a la mala vida, a la vida de sufrimiento”. En otra ocasión repitió “se acabó la fiesta, justamente porque dejó de ser una fiesta y se convirtió en un suplicio”.
Por supuesto que sufrir es muy difícil -si no, no fuera sufrimiento- y ninguno estamos en condiciones de estar convencidos de soportar cualquier intensidad de dolor físico o de limitaciones graves como perder la visión, la capacidad de caminar o de hablar, y tantas formas severas de sufrimiento afectivo, como es, por ejemplo, ver sufrir a los hijos.
Es aquí cuando hay que recordar que todos somos vulnerables, absolutamente todos, y como tales sabremos que ser vulnerados por una enfermedad o cualquier otro tipo de calamidad o sufrimiento, no sólo es para los otros, para los demás.
Todos podemos caer en eso que suelen llamarse “desgracias” corporales o afectivas. Es la condición humana. Hay que saberlo muy bien, y de vez en cuando recordarlo: Esto es muy útil y una forma inteligente de vivir la realidad.
La medicina actual tiene muchas maneras de calmar o paliar los sufrimientos, y hasta una nueva especialidad que es la medicina paliativa que se dedica de lleno a manejar el sufrimiento especialmente en casos sin posibilidades de curación, sin esperanza de sobrevida.
No todos los deseos son derechos, aun tratándose de uno mismo. Cada uno poseemos nuestra vida, claro, pero no nos pertenece. No podemos reclamarle a la naturaleza una salud permanente como tampoco una vida siempre de fiesta y música. Tatiana merece toda nuestra comprensión. Y mucha oración.
Jesús Canale
Médico cardiólogo por la UNAM.
Maestría en Bioética.
jesus.canale@gmail.com
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