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La “ofrenda” del Gobierno mexicano a Trump

Qué vergüenza. La lucha contra la criminalidad, la corrupción y la impunidad en México no la está encabezando la Presidenta de México, sino el Presidente de los Estados Unidos.

. Catón

De política y cosas peores

Qué vergüenza. La lucha contra la criminalidad, la corrupción y la impunidad en México no la está encabezando la Presidenta de México, sino el Presidente de los Estados Unidos. Sucede que los ciudadanos que disentimos de la 4T hemos de estar agradecidos con el nefasto Trump, quien aparece ahora como el único valladar capaz de contener las torpes acciones y las sospechosas omisiones de la camarilla que en hora mala se apoderó de nuestro País. Muy bien usó el periódico Reforma la palabra “ofrenda” para calificar la entrega que Sheinbaum hizo a la justicia americana de 26 narcotraficantes mexicanos. En efecto, tal acto tuvo toda la apariencia de un sacrificio hecho por un feligrés a su deidad, o por un vasallo a su señor. La Presidenta, víctima de su propio régimen, se debilita, en tanto que la imagen del amarilloso ocupante de la Casa Blanca se fortalece tanto en su país como en el nuestro. Los actos de corrupción cometidos por mexicanos no son descubiertos aquí, sino en la nación vecina, y de allende el Bravo viene la esperanza de que las cosas mejoren, no de nuestro Gobierno, sometido visiblemente a los dictados del caudillo, atento sólo a la conservación y perpetuación de su poder. Lo dicho: Qué vergüenza. Procuraré en seguida atenuar ese sonrojo con el relato de algunas lenes historietas humorísticas. Del escritor latino Marcial decían sus coetáneos: Castigat ridendo mores. Riendo critica las costumbres. Doña Jodoncia leía en la cama un artículo sobre liberación femenina. Se volvió hacia su consorte, don Martiriano, y le preguntó en tono de reclamo: “¿Por qué tú nunca me has tratado como objeto sexual?”. El marido se acercó al lecho de su esposa y le dijo con sugestivo acento: “Voy a hacerte la mujer más feliz del mundo”. Replicó ella, conmovida: “¡Gracias! Aunque tu ausencia hará seguramente que te extrañe los primeros días”. Aretusa había enviudado hacía poco, y fiel a las tradiciones de su pueblo vestía de riguroso luto. Una amiga le dijo: “Te veo muy flaca”. Explicó ella: “Es que el negro me adelgaza”. Le aconsejó la amiga: “Pos cámbialo por uno blanco, porque ese hombre te va a dejar en los puros huesos”. Nalguera. Tal era el nombre de la pequeña ánfora de cristal llena de tequila, brandy o ron que los bebedores acostumbraban llevar en el bolsillo trasero del pantalón, para cuyo efecto la tal anforita tenía ligeramente curvo uno de sus lados. Sucedió que un temulento o beodo iba trastabillando por la calle, en estado de embriaguez completa y con su nalguerita en el bolsillo de atrás. Perdió pisada y cayó de sentón en las baldosas. Se levantó como pudo, y sintió que un líquido le corría pierna abajo. Exclamó lleno de zozobra: “¡Dios mío! ¡Que sea sangre!”. No tienen fin las desazones conyugales de la esposa de Chinguetas. Hace unos días el tarambana llegó a su domicilio cuando iban a dar ya las 8:00 de la mañana. Le preguntó, airada, la señora: “¿Por qué vienes a esta hora?”. Respondió el cínico sujeto: “Por el desayuno”. Don Poseidón fue a la granja vecina a comprar un toro semental. Lo acompañó doña Holofernes, su mujer. El dueño del tal toro lo ponderó: “Es muy bueno. Puede cumplir su deber tres o cuatro veces seguidas”. Doña Holofernes oyó eso y le dio un codazo a su marido al tiempo que le decía por lo bajo con intencionado acento: “¿Ya ves?”. Atufado, molesto, don Poseidón le preguntó al granjero: “Oiga: Eso de tres veces, cuatro veces seguidas ¿es con la misma vaca o con vacas diferentes?”. Respondió el hombre: “Es con vacas diferentes”. Don Poseidón, entonces, le dio un codazo más fuerte aún a su señora y le dijo con rencorosa voz: “¿Ya ves?”. FIN.

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