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El aeropuerto como símbolo

El AICM, también conocido como Benito Juárez, es un símbolo de un país que quiere, pero no puede.

Leo Zuckermann

Juegos de poder

“La intensidad de la tormenta colapsó el sistema de drenaje en diversas áreas de los edificios terminales, incluso en zonas que habían recibido mantenimiento en 2024 y a principios de 2025”. Así reportó el periódico El País las inundaciones que sufrió el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) el lunes pasado y que causaron un caos para miles de pasajeros.

Otra historia más del pin… aeropuerto que tenemos en la capital del País.

Viajo con frecuencia por mi actividad profesional. Uso, por tanto, los aeropuertos. El que más, porque aquí vivo, es el de la Ciudad de México.

Lo odio.

No sólo por su caos y pestilencia sino por lo que representa.

El AICM, también conocido como Benito Juárez, es un símbolo de un país que quiere, pero no puede.

Me choca pensarlo cada vez que lo visito.

México no es un país pobre sino de renta media. Su pujante capital siempre ha merecido un aeropuerto de clase mundial. Sin embargo, tenemos una basura que funciona de milagro. Y que frecuentemente colapsa.

De nuevo sucedió en días recientes en que se inundó producto de las típicas tormentas veraniegas. Las escenas han sido vergonzosas. Viajeros varados resguardándose como sardinas en lugares donde no cae el agua o se ha encharcado el suelo.

El AICM está por cumplir 100 años de su fundación. Se inauguró en 1928 como un pequeño aeródromo en lo que entonces eran terrenos fuera de la ciudad.

Conforme fue creciendo el tráfico aéreo, se construyó más infraestructura para soportar la demanda. De esta forma, el AICM es un monumento al parche. Nunca existió un ejercicio de planeación. Siempre lo han ido adecuando a las realidades del momento. En permanente ampliación de nuevos espacios y mantenimiento de las viejas áreas a las cuales se las echa una manita de gato.

En 2008 se inauguró la Terminal Dos con más puertas de embarque. Por un breve tiempo no se utilizaron las “salas móviles”. Muy pronto regresaron.

Los viajeros chilangos nos emocionamos mucho cuando el entonces presidente Peña anunció finalmente la construcción de un nuevo aeropuerto en Texcoco. La historia es conocida. A pesar de que llevaba más de un tercio construido, López Obrador canceló su construcción por motivos políticos. Hizo una demostración de poder que costó miles de millones de pesos.

Y los chilangos tuvimos que quedarnos con el viejo AICM que ya era uno de los aeropuertos más congestionados del mundo. AMLO prometió la construcción de otro que resultó en un aeropuertito, el Felipe Ángeles, más cerca de Pachuca que de la Ciudad de México.

Como se iba a construir el nuevo aeropuerto en Texcoco, durante años no se le dio mantenimiento al AICM que, en ciertas partes, literalmente se estaba cayendo a pedazos.

Ante la realidad de que los capitalinos estábamos inexorablemente atados al Benito Juárez, el Gobierno actual de Claudia Sheinbaum decidió darle otra manita de gato más. Hoy, mientras los viajeros siguen usando sus servicios, está en obra.

¿Por qué demonios este País no puede tener un buen aeropuerto en su capital?

¿Por qué estamos condenados a una infraestructura espantosa, disfuncional y pestilente que va a cumplir 100 años de su fundación?

Alrededor de la mitad de los usuarios del AICM son turistas, incluyendo miembros prominentes de la Cuarta Transformación que de ahí viajan a Europa y Asia en sus vacaciones. No se merecen, ellos, un aeropuerto de estas características.

Mucho menos los que lo usan por razones laborales. En estas épocas modernas, un aeropuerto es un instrumento de trabajo que ayuda o dificulta la productividad laboral. En el caso de la AICM, siempre la obstaculiza.

Como la Puerta de Alcalá, el Benito Juárez está, ahí, viendo pasar el tiempo. Cayéndose a pedazos. Inundándose. En permanente proceso de parcharlo.

Es una ruina arqueológica en la que se pueden reconocer diferentes etapas históricas del País.

Es el símbolo perfecto de una nación que quiere la modernidad, pero no se atreve a abrazarla de lleno.

Un México que le tiene miedo a dar un salto cuántico con una obra de infraestructura que pueda presumirle al mundo entero. Que se queda a medias en su desarrollo y hace milagros para que las cosas medio funcionen, hasta que un día los parches revientan y se inunda.

En este sentido, es un digno aeropuerto de la mediocridad mexicana.

Leo Zuckermann

X: @leozuckermann

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