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Reforma electoral y sucesión presidencial

Será... una reforma regresiva que llevará a México a un régimen autoritario.

Leo Zuckermann

Juegos de poder

Yo no tengo duda: La reforma electoral que está por emprender el Gobierno de Sheinbaum es para consolidar un régimen político hegemónico. Se trata de un elemento más del proyecto de López Obrador que la actual administración ha seguido a pie juntillas: Concentrar el poder en el Ejecutivo Federal acabando con contrapesos democráticos y limitando la pluralidad política.

La idea es que Morena se quede gobernando en el País por muchas décadas impidiendo que una minoría pueda convertirse en mayoría. Será, en este sentido, una reforma regresiva que llevará a México a un régimen autoritario.

Ya veremos los detalles y tendremos oportunidad de analizarlos, pero creo que por ahí va la jugada.

Ahora bien, puede que la susodicha reforma sea exitosa en concentrar el poder e inclinar la competencia electoral aún más a favor de Morena. Sin embargo, quién sabe si logrará resolver el eterno problema mexicano de la sucesión presidencial.

Porque una cosa es instaurar un régimen autoritario, otra muy diferente es asegurar que cada seis años se renueve el Gobierno con un flamante Presidente, a menos que, desde luego, se imponga un dictador como ya sucedió en nuestra historia.

La sucesión presidencial ha sido un dolor de cabeza histórico en México. Durante el siglo XIX nunca pudo resolverse. El País se la pasó en una lucha descarnada por el poder en que varias veces salieron a relucir tendencias dictatoriales hasta que, por fin, Porfirio Díaz las hizo realidad permaneciendo 31 años en la Presidencia.

Aunque la Revolución comenzó como un intento de establecer un régimen democrático en la sucesión presidencial, tampoco solucionó este tema.

Calles trató de imponerse como dictador con presidentes títeres que él controlaba.

Sin embargo, Lázaro Cárdenas se rebeló y lo envió al exilio estableciendo nuevas reglas de la sucesión presidencial que, si bien resolvieron la rotación de las élites políticas, lo hacía de manera autoritaria, desde arriba, con la hegemonía de un partido controlado por el Ejecutivo federal.

El sistema autoritario priista funcionó durante ocho sexenios, de 1940 a 1988, hasta que ese año hubo una ruptura de grandes proporciones en el PRI, debido a la sucesión presidencial, paradójicamente liderada por el hijo de Cárdenas (Cuauhtémoc).

Las sucesiones volvieron a descomponerse. El sistema priista ya no daba para más. Hasta que, en 2000, por fin, se resolvió el problema con un nuevo sistema democrático.

Se dirá todo lo que quiera de la transición a la democracia, que tuvo muchos déficits y problemas, pero sí resolvió la sucesión presidencial en cuatro ocasiones seguidas (2000, 2006, 2012 y 2018). Incluso la empatadísima elección de 2006 pudo procesarse de manera institucional y pacífica. Hubo competencia real y en tres ocasiones alternancia en el poder.

Nunca, en la historia del País, se consiguió procesar por la vía democrática la sucesión presidencial por tanto tiempo.

No incluyo la sucesión de 2024 porque el lopezobradorismo comenzó a desbalancear la competencia a favor de su candidata utilizando recursos del Estado. El hecho es que, ahora, la ganadora de esa elección quiere cambiar las imperfectas reglas del juego con el fin de consolidar una nueva hegemonía política.

Eso, sin embargo, no resolverá el eterno problema de la sucesión presidencial en México. Si bien la oposición no tendrá posibilidades reales de conquistar el poder, la lucha por el poder se dará dentro de Morena porque la política seguirá siendo la política. Nadie, ni siquiera el dictador más sanguinario de la historia, ha podido detener por completo las ambiciones de poder.

Alguien tiene que procesarlas y resolverlas. Idealmente instituciones democráticas. El PRI la resolvió con su peculiar sistema de rotación de élites decidida desde la cima del poder.

¿Cómo lo hará Morena?

¿Qué papel jugará la Presidenta en la próxima sucesión de 2030 una vez que se consolide un régimen de partido hegemónico?

¿Intervendrá el ex presidente López Obrador, el gran líder fundador del movimiento/partido?

¿Cómo se elegirá al candidato presidencial que con toda seguridad ganará las elecciones?

¿Seguirán utilizando encuestas?

¿Quién regulará las precampañas?

¿De dónde saldrá el dinero de los aspirantes presidenciales?

Puede ser que la reforma elimine los legisladores plurinominales, reduzcan significativamente el financiamiento público a los partidos y Morena se apodere definitivamente de las instituciones electorales. Pero todo eso no asegurará que el nuevo régimen hegemónico resuelva el problema de la sucesión presidencial que tantos dolores de cabeza le ha causado a este País a lo largo de su historia.

Leo Zuckermann

X: @leozuckermann

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