Gracias Durango
Hoy hablaré de mí mismo. No debería hacerlo: Es el tema que conozco menos.

De política y cosas peores
Hoy hablaré de mí mismo. No debería hacerlo: Es el tema que conozco menos. Sucede, sin embargo, que las bondades de mi prójimo me iluminaron, y debo agradecerlas. He aquí que fui a Durango. Eso equivale a decir que fui a uno de los más cordiales corazones de nuestro País. Ciudad hermosa es ésa, rica por su historia, por su arquitectura y por su gente. Tuve ahí afectos entrañables: Olga Arias, poeta bella de rostro y bella de alma; Enrique y Chalío Salas, excepcionales concertistas de guitarra clásica. Llegué al Hotel Casablanca, de noble tradición y gran prosapia. Por él han pasado figuras como Cantinflas y Saby Kamalich, la hermosa protagonista de aquella clásica telenovela, “Simplemente María”, que hacía decir a mi padre: “Y ahora me disculpan. Voy a ver a Saby”. Al entrar en mi habitación del Casablanca lo primero que vi sobre la mesa de servicio fue una botella del riquísimo mezcal que en el Estado se hace. Tenía un letrero: “De parte de sus amigos de Durango”. Hidalga cortesía fue ésa de don Fernando Durán Escobosa, quien se presenta con modestia como gerente del hotel, pero en verdad es su propietario. En su compañía disfruté el riquísimo caldillo durangueño, gala de la gastronomía local capaz de volver a la vida a una momia egipcia. Ahora bien (extraordinariamente bien): ¿Por qué fui a Durango? Porque ahí se llevó a cabo el encuentro nacional de la Asociación Nacional de Cronistas e Historiadores de Ciudades y Comunidades Mexicanas, y en la asamblea plenaria que tuvo lugar en el antiguo y precioso Teatro “Victoria” recibí de manos del excelente alcalde duranguense, don Bonifacio Herrera, la Presea “Renán Irigoyen”, máximo galardón que en México puede recibir un Cronista. Hice uso de la palabra -de varias-, y al terminar mi participación el público que abarrotaba el recinto se puso en pie para aplaudirme. Acabada la ceremonia tardé más de media hora en recorrer el espacio del foro a la salida, pues los cronistas venidos de 23 estados del País, y sus familias, querían tomarse una fotografía conmigo. Debo este honor, y todas esas emociones, a la generosidad del digno Cronista de Durango, don Javier Guerrero Romero, cuyo talento y dedicación han enriquecido la crónica nacional y la muy noble historia de su solar nativo. Me dijo que hay en la Catedral una antigua pintura de San Jorge, el patrono de la ciudad. Al pie del santo que lucha con el feroz dragón se ven siete alacranes que representan los siete pecados capitales. A ellos suelo añadir otra culpa mortal: La ingratitud. No quise incurrir en ella, por eso escribí estos renglones de agradecimiento. Gracias a los cronistas e historiadores mexicanos. Gracias a don Fernando, don Bonifacio y don Javier. Gracias a Durango. Y gracias al Misterio que, sin merecerlo yo, me llevó allá. Aquel divorcio no fue nada amigable. Él le dijo a ella: “Me quedaré con el negocio. Tú no aportaste nada para tenerlo”. Ella le dijo a él: “Entonces yo me quedaré con los hijos. Tú tampoco aportaste nada para tenerlos”. Conocemos a don Chinguetas. Es un hombre casado que actúa como soltero. Llegó un día a su casa en horas de la madrugada, oliendo a alcohol y con manchas de lápiz labial en la camisa. Su esposa le preguntó hecha un obelisco: (Nota de la redacción. Seguramente nuestro estimado colaborador quiso decir “hecha un basilisco”): “¿De dónde vienes a estas horas?”. Replicó don Chinguetas: “No me lo recuerdes, porque ganas me darán de regresarme”. La bella mujer de redondeadas formas le dijo al suspicaz señor: “Vivo de lo que tengo depositado en el banco”. Acotó el señor: “No es banco. Es silla”. (No le entendí). FIN.
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