¿Vecino incómodo?
Los rejuegos de la política norteamericana han instalado gobiernos más amistosos o más agresivos. Hemos aprendido a cultivar la contigüidad, en relativa paz y con cierta serenidad.

Muchos habitantes de los estados del Sur del territorio norteamericano, ciudadanos de ese país, conservan una arraigada cultura mexicana. En Arizona hay una significativa población de origen mexicano; familias que han habitado ese territorio desde el siglo XVII, y conservan apellidos de origen criollo. No debemos olvidar que entre los siglos XVII y el inicio del XIX nuestro País tenía una extensión territorial mayor que aquellos Estados Unidos que comenzaban a gestionar, por las malas y a veces por las buenas, la expansión de su superficie.
El México virreinal comprendía los estados actuales de California, partes de Nevada, Colorado y Utah, además de Arizona, Nuevo México y gran parte de Texas. Eran tierras lejanas y poco pobladas que aceptaron a migrantes de origen norteamericano, algunos de los cuales comenzaron a intrigar para anexar esas regiones a los Estados Unidos. Texas se declaró república independiente en 1836 y en 1845 los Estados Unidos lo incorporaron como el Estado número 28 de la Unión Americana.
En 1846 los estadounidenses invadieron México, tomaron los principales puertos, la frontera Norte y la Ciudad de México. En Washington algunos congresistas propusieron anexar a su Unión el país invadido. El presidente Antonio López de Santa Anna, vencido y sometido, tuvo que firmar el Tratado Guadalupe Hidalgo en 1848 que cedió al invasor toda esa porción septentrional de su territorio. Esa decisión al parecer impidió que la potencia ocupante tomara control de prácticamente todo el territorio nacional.
Sonora entonces comprendía el llamado “valle de la Mesilla”, una región que iniciaba al Oeste, casi en la actual Yuma, y terminaba cerca de Las Cruces en Nuevo México. Por el Norte la delimitación corría más o menos a la mitad de la distancia entre los actuales Phoenix y Tucson. A principios de la década de 1850 muchos norteamericanos presionaban para adquirir esa parte de nuestra entidad, para permitir el paso de un ferrocarril transcontinental en suelo estadounidense. Santa Anna se vio obligado a autorizar la venta de esa fracción por 10 millones de aquellos dólares en 1853.
Fue entonces que Tucson dejó de ser ciudad mexicana. El padre Kino había fundado la misión de San Javier del Bac desde 1700, y en 1775 se estableció el Presidio Real de San Agustín del Tucson. Por siglo y medio esta ciudad fue mexicana y lleva, al día de hoy, 172 años de pertenecer a los Estados Unidos.
Este breve repaso histórico permite afirmar que el vecino del Norte ha sido, para nosotros, una presencia incómoda, en sus orígenes bastante rapaz y nada respetuosa de las formas y la proximidad. Con los años hemos aprendido a convivir y a aprovechar la cercanía para establecer lazos económicos y políticos positivos, y a defendernos de las veleidades, con frecuencia racistas, de una porción de su población.
Los rejuegos de la política norteamericana han instalado gobiernos más amistosos o más agresivos. Hemos aprendido a cultivar la contigüidad, en relativa paz y con cierta serenidad.
Ahora, los vecinos han elegido como Presidente a un personaje que podemos calificar, sin duda, como incómodo. Si ser honesto implica actuar con sinceridad, no mentir, robar o hacer trampas, resulta patente su desvergüenza: Miente, amenaza, presiona e intenta salirse con la suya en su relación con países y sus propios conciudadanos.
México y Canadá son adyacentes y atractivos. En su fantasía el Donald se imagina una Unión Americana desde Alaska hasta Chiapas al menos, incluyendo Groenlandia. Y da la impresión de que lo considera posible: Es cuestión de asediar y fastidiar a los vecinos hasta que acepten sus ofertas delirantes.
Con su actitud ha vuelto a personificar al vecino incómodo y prepotente; otros presidentes lo han sido, pero al menos intentaban cuidar las formas. El Trump no tiene recato en mostrarse racista y pendenciero: No quiere ni respeto ni compromiso, sino imponerse. Confío en que el pueblo norteamericano recapacite y sea capaz de ponerle un alto... contundente.
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