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Trabajar menos para rendir igual y vivir mejor

¿Qué destino más humano de la economía que aquel que tiene como meta la generación, promoción, formación y donación de sus personas a la comunidad, a la sociedad en general?

Jesús Canale

Ciento cuarenta y una empresas con sus 2 mil 900 empleados se comprometieron a participar en una experiencia laboral inédita: trabajar durante seis meses solo cuatro días de la semana, recibiendo el mismo salario. La idea era ver qué pasaba con varios factores del bienestar de los trabajadores y con las ganancias de cada organización.

Para la requerida validez de las conclusiones, tales factores fueron igualmente observados y comparados contra lo que ocurrió con los 285 empleados de otras doce compañías que no modificaron su esquema de cinco días de trabajo semanales.

Se aplicaron mediciones con el rigor estadístico necesario y se cumplieron los estándares de un estudio científico que fue liderado por un grupo de cuatro investigadores: dos del departamento de Sociología del Boston College, en Boston, Massachusetts, y dos de la School of Social Policy del Colegio Universitario de Dublín, en Irlanda.

Tras los seis meses de observaciones en ambos grupos de empresas y sus respectivos trabajadores, se llegaron a identificar unos hallazgos que, en su conjunto, son muy interesantes.

En el grupo de cuatro días de trabajo por semana, los empleados manifestaron sentirse menos agobiados (menos “burnout”), mejor concentrados y dispuestos para cumplir con el trabajo, mejor patrón del sueño y, en general, más felices.

Lo sorprendente es que las empresas reportaron no tener motivo de preocupación por ese esquema de trabajo en lo referente a sus utilidades, y lo más definitivo fue que más del 90% de las organizaciones optaron por continuar con el marco de cuatro días de trabajo por semana y ya no cinco.

El peso de las conclusiones de este estudio no se puede ignorar, toda vez que es el más grande de su género, así como por su seriedad y por haber incluido empresas de seis países: Australia, Canadá, Estados Unidos, Irlanda, Nueva Zelanda y el Reino Unido, siendo su cereza que el estudio completo fue publicado en la rigurosa revista Nature Human Behaviour, que no se distingue por regalar páginas.

No puede uno calcular si esto llegará algún día a ser tomado en cuenta de manera generalizada, pues en empresas de ciertos géneros no es tan sencillo como aquí parece haberlo sido, por ejemplo, en empresas de servicios y no de producción de bienes; no sé.

Pero es lógico que los resultados observados en este trabajo nos invitan a considerar si la apretada, tensionada y con frecuencia agobiante carga de trabajo que nos aleja —a mujeres y hombres— tantas horas del hogar, y que además nos impide atender otras actividades que son necesarias para la fluidez de las relaciones interpersonales, etcétera.

En lo personal, recuerdo haber comentado hace años en este mismo espacio las propuestas del economista norteamericano Gary Becker (Premio Nobel de Economía, 1992), que atrajo la atención social y política por plantear que el trabajo del hogar habría de ser también considerado como productivo, y productivo también en términos económicos.

Tanto, que debería de ser considerado en la cuenta pública de los países, toda vez —decía Becker a raíz de su “teoría de la asignación del tiempo”— que los hogares son “mini fábricas” que producen muchas cosas: alimentos, cuidados, ambiente propicio, seguridad, educación, que requerirán a su vez de adquirirse bienes y consumirlos, cerrando así un círculo práctico de economía fundamental.

¿Qué destino más humano de la economía que aquel que tiene como meta la generación, promoción, formación y donación de sus personas a la comunidad, a la sociedad en general?

Becker sostuvo que los hogares no solo son “unidades de consumo”, sino que deben considerarse también unidades de producción.

Entrar en la cuenta pública supondría una retribución proporcionada a quien —hombre o mujer— cumpla las tareas propias del hogar, por lo que también supondría contabilizarse en las arcas oficiales.

Esta “nueva economía doméstica” del notable laureado, si se considera en serio desde su interior técnico y científico como desde su visión final, que es nada menos que el bienestar material, racional y espiritual de todos los individuos de la sociedad —si se le toma en serio, repito—, otro gallo nos cantaría.

Si quitar el quinto día no es para la mejor vida de las familias, entonces poco sentido tiene en lo económico y en lo meramente humano

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