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Los beneficios de la competencia

Eso, que al principio fue causa de inquietud para algunos, a la larga ha sido de mucho beneficio para los productores, pues no solamente disponen del mercado nacional, sino de todos los que se han abierto.

. Catón

De política y cosas peores

Se inicia esta columneja con “El Chiste más Feminista del Mes”. Una cierta dama decidió cambiar de sexo y convertirse en hombre. Tras una serie de operaciones, en efecto, perdió su calidad de mujer y se transformó en varón. Un periodista fue a entrevistarla. Le preguntó: “¿No extraña usted sus partes femeninas?”. Sí, -admitió la mujer convertida en hombre-. Echo un poco de menos el busto y las pompas. Pero lo que más extraño es la mitad de cerebro de mujer que me quitaron para ser hombre"... De buenas a primeras la esposa le dijo a su marido: “Gerineldo: Voy a divorciarme de ti”. “¿Por qué -preguntó el señor, sorprendido. “Es que, mira explicó ella-. Todas las mañanas tú te arreglas y yo te sirvo. En cambio todas las noches yo me arreglo y tú no me sirves”... Por muchos años, en la época del antiguo régimen, los empresarios nacionales disfrutaron de protección por parte del Estado. La política económica fijada por señorones de la talla de un Antonio Ortiz Mena o un Antonio Carrillo Flores en la secretaría de Hacienda, o un don Rodrigo Gómez en el Banco de México, dio lugar a tendencias como aquella de la sustitución de importaciones, que en mucho benefició a los industriales del País. Sin embargo, esa política, necesaria en su tiempo, se prolongó más de lo debido, y los productores mexicanos se acostumbraron a no tener competencia, a disfrutar de un mercado cautivo que debía por fuerza comprarles sus productos independientemente de la baja calidad y de los altos precios. Eso tenía que terminar tarde o temprano. Ahora los empresarios de México competir con los de todo el mundo. Eso, que al principio fue causa de inquietud para algunos, a la larga ha sido de mucho beneficio para los productores, pues no solamente disponen del mercado nacional, sino de todos los que se han abierto. Yo, productor de columnas, ya me estoy preparando para la competencia: He empezado a escribir sin muchas faltas de ortografía... Lord Feebledick llegó sin previo aviso de la cacería de faisanes, y al entrar en su alcoba vio que su mujer estaba sin ropa abrazándose con un desconocido igualmente en cueros. No dijo nada. Salió de la habitación y pidió a su mayordomo Pierre que le trajera la escopeta y lo acompañara a la recámara. Entraron los dos; el mayordomo vio lo que sucedía y le dijo en voz baja a Feebledick: “Recuerde, milord, que es usted un gentleman y un buen cazador. Haga como en la caza del faisán: Dispárele a ese hombre cuando se esté alzando”... Babalucas oía la conversación de su hijo adolescente con un amigo. “Lo más difícil de las matemáticas- dijo el muchacho-, es la trigonometría”. “No -lo contradijo el otro-. Es el cálculo infinitesimal”. “Están equivocados los dos -intervino Babalucas-. Hubieran conocido una cosa que había en mis tiempos que se llamaba resta”... Un conductor se sintió indispuesto al ir manejando por las calles de una ciudad extraña. Detuvo su automóvil y desde la ventanilla le preguntó a un tipo mal encarado que estaba parado en una esquina: “Perdone usted -le preguntó cortésmente al individuo-. ¿Cuál es la manera más rápida de llegar al hospital?”. Respondió el otro: “Miéntame la madre”... En el Ensalivadero, umbrío y soledoso sitio al que acuden por la noche las parejas amorosas, Afrodisio Pitongo, avieso galán concupiscente, trataba de convencer a su dulcinea de que le hiciera dación de sus encantos. “Anda, Rosibel -le dijo untuoso, meloso y labioso. ¿No ves cómo la flor del amor abre sus pétalos? ¿Por qué con tu desvío e indiferencia haces que se marchite esa flor?”. Replica Rosibel: “-La flor como sea. A lo que le tengo miedo es al fruto”. FIN.

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