Leer en vacación
Los críos tienen al menos ocho semanas de relativa libertad; los padres, con suerte, tendrán una quincena de ocio.
Batarete
El pasado 20 de junio inició el verano. Los habitantes del Noroeste mexicano lo sabemos porque cada día el termómetro parece competir con las jornadas anteriores para alcanzar alturas más bien extremas: Es raro el día que sólo llega 40° C, y con alguna frecuencia llega a los 45° C; y sabemos que es muy posible que trepe hasta los 47° ó 48° C.
Aun así, es tiempo de vacaciones. Los críos tienen al menos ocho semanas de relativa libertad; los padres, con suerte, tendrán una quincena de ocio. Para la mayoría viajar no es opción: Sale caro y los destinos turísticos suelen estar atiborrados. La única opción viable es permanecer en casa, encuevados por la canícula, y aprovechar para retomar intereses y aficiones ya demasiado pospuestas.
A mí me parece una excelente oportunidad para leer, o releer, libros y autores un tanto postergados por el trajín cotidiano, que la lectura puede ilustrar y divertir al mismo tiempo, nos sitúa en horizontes más amplios, nos abre a mundos insospechados y nos hace revivir amores y sentimientos quizá desvanecidos. Para eso recomiendo algunos autores y textos, novelas y cuentos, sobre todo, que pueden abrirnos a otras realidades, sumergirnos en historias tentadoras, ilustrarnos sobre cómo llegamos a conformar un pueblo y una cultura peculiar.
En ese afán comienzo por algunos textos ineludibles sobre nuestros poblados, y sus usos y costumbres, que ilustran y recrean eso que nos otorga identidad en cuanto región y comunidad territorial. Hay muchos, sólo pretendo enfocar la atención hacia algunos, no demasiado largos, en los que nos podremos adentrar en la vida, leyendas y tradiciones que fueron conformando nuestro modo de ser.
Armida de la Vara, natural de Opopede, estudió en la Universidad de Sonora a mediados del siglo pasado y su libro La Creciente, es una excelente descripción de la vida en uno de nuestros poblados, en esos meses que los campesinos llaman “la temporada”, tiempo de trabajos campiranos para aliviar el hambre y la sed del ganado, y de desazón pueblerina alimentada por la nostalgia de las lluvias que siempre se retrasan y que, más tarde que pronto, alimentarán la creciente de un río seco y arenoso.
Gerardo Cornejo, fundador de El Colegio de Sonora, escribió La Sierra y el Viento, en el que narra la migración de una familia desde un punto en la serranía alta hacia los valles agrícolas de la llanura sonorense a mediados del siglo pasado, un periplo que realizaron miles de personas desde sus villas tradicionales hasta las nuevas ciudades de la planicie costera.
Francisco Rojas González, etnólogo jaliciense, tiene un libro de cuentos con el tema de las etnias, El Diosero, que no tiene desperdicio y vale la pena leerlo con cuidado y gusto, su conocimiento de las culturas indígenas de todo el País se refleja en su obra y sus narraciones. En El Diosero tiene un relato conmovedor: La Triste Historia del Pascola Cenobio, donde se asoma a la vida y las tradiciones de la etnia yaqui. Conviene leer todos los cuentos que conforman el volumen, pues nos va dando una visión de la riqueza cultural de los pueblos indígenas del País.
El mismo Rojas González escribió la novela Lola Casanova donde retoma una leyenda del siglo XIX que narra el secuestro por una banda de la etnia Conca’c, de una joven hermosillense que se adapta a la vida semi nómada de los seris, se enamora de uno de ellos y cambia totalmente su vida, adopta su cultura y pasa a ser un personaje significativo en la vida y la historia de este pueblo que mora entre el mar y el desierto.
Son sólo cuatro escritores, ya fallecidos, y vale la pena conocerlos. Afortunadamente hay muchos más jóvenes que están publicando poesía, novela y ensayo. Mujeres y hombres que nacieron en la segunda mitad del siglo XX y ya son autores publicados y reconocidos.
Se les agradece: Nos conceden esperanza.