Las afirmaciones de Trump
Trump afirma insistentemente que hay entendimiento entre las autoridades mexicanas y los cárteles de la droga.

De política y cosas peores
“Es una pena que ya no pueda usted hacer obra de varón”. Eso le dijo el médico a don Cucurulo, señor de edad provecta. Añadió: “He probado con usted toda clase de remedios contra la disfunción eréctil, tanto naturales como de farmacia: La yerba damiana, la hueva de lisa, los ostiones, la yohimbina, las modernas pastillas que estimulan la libido, y nada le ha funcionado. Sigue usted sin funcionar. Pero le doy una buena noticia. Con dificultades logré conseguir un poco de las miríficas aguas de Saltillo. Esas taumaturgas linfas son capaces de reanimar hasta a una momia egipcia. Tengo aquí unas cuantas gotas, Bébalas ahora mismo, y dígame luego si le dieron resultado”. Don Cucurulo apuró el prodigioso líquido, tras de lo cual salió del consultorio. Una hora después llamó por teléfono al doctor y le informó, gozoso: “¡Acabo de hacer el amor tres veces seguidas!”. “¡Magnífico! -se alegró el facultativo-. Su esposa debe estar feliz”. “Quién sabe -replicó don Cucurulo-. Todavía no llego a mi casa”. Los tiempos han cambiado. Antes, el amor no era necesario para el matrimonio. Ahora, el matrimonio no es necesario para el amor. En épocas antiguas los padres arreglaban el desposorio de sus hijos e hijas en bodas que obedecían a conveniencias económicas o de política. ¿Amor? Las más de las veces los esposos se casaban sin conocerse. (Igual sucede en nuestro tiempo). Ahora los jóvenes rehúyen el matrimonio, carga tan pesada -lo dijo Dumas padre- que se necesitan dos para llevarla, y en ocasiones tres. Actualmente numerosas parejas viven juntas sin casarse, cosa que cada día se ve con naturalidad mayor. Una legendaria mujer, Clemencia Isaura, dio origen en la Edad Media a las llamadas cortes de amor, en las cuales se practicaba el amor romántico, vale decir platónico. Las damas tenían un enamorado puramente espiritual que componía para ellas canciones y poemas y hacía locuras como llevar ropa de verano en el invierno, y de invierno en el verano, para mostrar que el amoroso sentimiento lo llevaba a olvidar la realidad. Si mis cuatro lectores escuchan la Fantasía Impromptu, de Chopin, verán en la imaginación a un trovador que galopa en su caballo para llegar al pie del balcón de la mujer amada. Ahí, mientras el corcel caracolea, entona en su laúd una canción de amor. Al terminarla se aleja otra vez al galope. En los acordes finales de la pieza se oyen los ecos del canto. Trasunto de aquellas cortes de amor eran los llamados “juegos florales”, certámenes poéticos celebrados en décadas pretéritas. El bardo triunfador recibía una “flor natural” que de natural no tenía nada, pues generalmente era de similor, aleación de cobre y zinc que imita el brillo del oro. Presidía el festejo una reina escogida entre las más agraciadas jovencitas del lugar, y el llamado “mantenedor” de los juegos, algún personaje conocido por sus dotes oratorias, pronunciaba un sonoro discurso en su homenaje. El orador debía darle a la reinita el título de señora, independientemente de su temprana edad. En cierto pueblo de mi natal Coahuila el tal mantenedor dijo con clamorosa voz dirigiéndose a la juvenil soberana: “¡Señora!”. De entre la concurrencia se levantó una voz de hombre que corrigió al discursante: “Señorita, pend…”. Otra voz masculina se escuchó: “Déjalo. Él sabrá”. Trump afirma insistentemente que hay entendimiento entre las autoridades mexicanas y los cárteles de la droga. Obvio es decir que la presidenta Sheinbaum y sus personeros desmienten las palabras del hostigoso mandatario yanqui. Sin embargo, -lo escribo a mi pesar- se escucharán numerosas voces que dirán: “Déjenlo. Él sabrá”. FIN.
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