Con Trump ni la cabeza fría ni las acciones importan
México debe responder con firmeza e inteligencia -combinando diálogo, presión selectiva y respaldo internacional.

La carta que Donald Trump envió a la presidenta Claudia Sheinbaum el viernes pasado es la más reciente expresión de una vieja tradición estadounidense: Usar amenazas políticas, militares o comerciales como forma de relacionarse con otros países. Trump sólo perfeccionó el método. Ya no hace falta declarar la guerra, basta con imponer un arancel del 30% para intentar doblegar a un país entero.
En 1825, el enviado Poinsett presionó para que México le vendiera Texas a EE.UU. En 1846, el presidente Polk acusó a México de una supuesta agresión para justificar la invasión que terminó en la pérdida de la mitad del territorio nacional. En 1913, el embajador H.L. Wilson apoyó el golpe que derrocó a Madero. En 1914, el presidente Wilson ocupó Veracruz para exigir la renuncia de Huerta. En 1985, Reagan presionó al Gobierno por el asesinato de un agente de la DEA. Hoy, Trump culpa a México del tráfico de fentanilo y de no hacer lo suficiente para frenar a los cárteles. Su carta reconoce que algo se ha logrado, pero “no es suficiente”.
El arancel del 30% no es un simple ajuste comercial sino un golpe que puede causar una caída de hasta 1.4% del PIB mexicano, una depreciación del peso y la pérdida de cientos de miles de empleos formales. Un golpe directo a la economía exportadora: Autos, acero, electrónicos, aguacates y frutas frescas. El “nearshoring”, tan celebrado hace unos meses, ahora se ve lejano.
Aunque algunos productos mexicanos quedarán exentos si cumplen con las reglas del T-MEC, muchos no, por contener componentes de otros países.
El consumidor estadounidense también pagará el precio de las decisiones de Trump y los hogares desembolsarán entre 2,200 y 2,600 dólares más al año por los sobrecostos de los nuevos aranceles globales, incluyendo los aplicados a México.
Pese a haber mantenido la cabeza fría en su trato con Trump y a los elogios que este le ha dirigido públicamente, la presidenta Sheinbaum no ha obtenido ningún beneficio concreto para México. Ni siquiera su estrategia de combate al narcotráfico -que tanto le ha costado al País- ha servido para frenar a Trump. El mensaje es claro: Con él no bastan ni los hechos ni la cortesía.
Trump sostiene que el arancel podría evitarse si se alcanza un acuerdo antes del 1 de agosto. Pero en los hechos, la decisión está tomada. El viernes pasado, México fue notificado durante una reunión en Washington, en donde se instaló una mesa binacional permanente, y los representantes del Gobierno mexicano expresaron su desacuerdo y calificaron de injusto el trato.
Ante la falta de compromiso estadounidense para suspender la medida, México podría explorar represalias arancelarias focalizadas: Gravar productos de estados clave para Trump -maíz de Iowa, carne texana o lácteos de Wisconsin- para generar presión política interna sin dañar en exceso a la propia economía. Dado este escenario, en el que las señales desde Washington apuntan más a la imposición que al diálogo real, Claudia Sheinbaum asegura que hay una vía de negociación abierta, pero Trump ya decidió.
México debe responder con firmeza e inteligencia -combinando diálogo, presión selectiva y respaldo internacional. Si no lo hace, el costo no será solo económico, sino histórico.
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