La primera escaramuza de la Segunda Guerra Fría
La mayoría de las simpatías del Sur Global se inclinan hacia el Imperio del Medio.

El hecho de que a muy pocos mexicanos les importa o les interesa lo que sucede en el resto del mundo no obsta para que los acontecimientos y los procesos que se debaten en el ámbito externo sean dignos de ser reseñados. A riesgo de aburrir a buena parte de mis escasos lectores, propongo una breve reflexión sobre las consecuencias de la nueva guerra fría entre China y Estados Unidos para los países del mal llamado Sur Global.
En un buen número de foros académicos, en centros de pensamiento, en juntas editoriales y cancillerías, una de las principales discusiones en curso consiste en el margen de maniobra de países terceros, dada la creciente rivalidad entre China y Estados Unidos. Los europeos, por ejemplo, se encuentran divididos o, francamente, en un estado de esquizofrenia. Alemania busca mantener sus relaciones comerciales privilegiadas con Beijing, pero sabe que necesita del paraguas de seguridad de Washington ante la amenaza de Putin. España, alejada del frente ucraniano, coquetea con los chinos cada vez que puede. La UE en su conjunto desea el mejor de ambos mundos, pero sabe que al final del día, a pesar de Trump, permanecerá en el bando occidental.
En el Sur Global, las cosas son más complicadas. Gobiernos, especialistas, movimientos políticos y líderes históricos manifiestan distintos tipos de anhelos en una dirección: No tomar partido, y obtener el mayor beneficio posible de cada una de las superpotencias. A través de los BRICS+, del Grupo de los 77+1, de teorías como la del no-alineamiento activo para América del Sur de Heine, Fortún y Ominami, y de todos los partidarios de la idea de reformas a las instituciones multilaterales, se trasluce una cierta nostalgia por el Movimiento de los No-Alineados de los años sesenta y setenta, de Nasser, Sukarno, Nehru y Tito. Su aspiración, su sueño, descansa en mantener buenas relaciones diplomáticas, comerciales, financieras, tecnológicas e incluso militares con China y con Estados Unidos, sin colocarse firmemente en ninguno de los dos bandos.
La mayoría de las simpatías del Sur Global se inclinan hacia el Imperio del Medio. Muchos creen que Estados Unidos no puede ser un socio confiable, generoso, solidario y altruista, y que si bien China también posee intereses nacionales muy concretos, es “mejor onda” que los norteamericanos.
Haciendo a un lado los matices que imperan entre países y analistas, y la veracidad de los sentimientos de los distintos “pueblos”, la gran pregunta reside en saber si la equidistancia, o el mayor aprovechamiento de cada gigante, es realmente factible. La interrogante es sencilla: Cuántos países podrán resistir las presiones de Washington y Beijing para alinearse, en el entendido que dichas presiones no son simétricas ni idénticas. Estados Unidos le da prioridad a impedir la entrada de tecnología china a múltiples países; por ahora, China busca votos y puestos en todos los organismos internacionales, y procura mantener abiertos mercados para su sobreproducción subsidiada: Automóviles, paneles solares, semiconductores, etc. Ambos aprietan, cada uno a su manera.
Existen países para los cuales la idea de una especie de neutralidad simplemente no es verosímil. El caso más evidente es México; otro es Canadá, junto con las repúblicas bálticas, Polonia, Mongolia, etc. Para otros tal vez sí. Parece obvio que la India puede aspirar a una auténtico no-alineamiento: por su historia (se mantuvo al margen de ambas superpotencias durante la primera Guerra Fría), su demografía, su ubicación geográfica y sus proezas tecnológicas. Indonesia constituye otra posibilidad, también por su población, su geografía y su pertenencia al mundo musulmán. El otro candidato aparente es Brasil.
Gracias a sus dimensiones, su número de habitantes, sus recursos naturales, a la diversificación de su comercio exterior y sus ambiciones (O Brasil, país grande), el gigante sudamericano podría aspirar a hacer su juego aparte, o en todo caso con los BRICS originales. Ya pudo resistir a la exigencia norteamericana de no contratar el servicio 5G con la empresa china Huawei; Lula se ha acercado cada día más a Xi Jinping y a Putin, y ahora, con las agresiones de Trump, motivos le sobran para alejarse de Washington.
Como se informó esta semana, el presidente estadounidense amenazó a Brasil con un arancel generalizado de 50% si no permitía la entrada de más productos norteamericanos y, sobre todo, si no suspendía la “cacería de brujas” contra el ex presidente golpista Jair Bolsonaro. El Gobierno brasileño respondió con una lógica y bienvenida indignación, y con la amenaza de aranceles recíprocos, aunque prefiere, dijo, la diplomacia y la negociación.
Veremos en qué desemboca este enfrentamiento, que encierra dos significados simultáneos. Se trata de un pleito comercial y personal de Trump, con un colega que le cae mal, y cuya némesis es su amigo, pero también de algo más estructural. Se juega en parte el principio de un reacomodo de fondo. ¿Podrá Brasil resistir a Estados Unidos, sin acabar en los brazos de los chinos? ¿O sucumbirá al chantaje de Trump porque no le queda de otra? Se trata, quizás, de la primera escaramuza de la segunda Guerra Fría.
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