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El honor de estar con Obrador

Que la transformación democrática, pacífica y en libertad es posible lo aprendí de él.

Epigmenio Ibarra

ITINERARIOS

Nací en 1951. Pertenezco a una generación silenciosa que no produjo grandes escritores y que llegó en 1970 -apenas un año y medio después de la masacre de Tlatelolco- a una universidad nacional marcada por el miedo, la desolación y la desesperanza.

Sacudirnos al PRI de encima, parecía entonces imposible y sin embargo, se volvió para muchas y muchos, y a pesar de la represión del 10 de junio de 1971, un propósito de vida.

“Entre morir y no morir”, en aquellos tiempos aciagos y parafraseando a Pablo Neruda, nos “decidimos por la guitarra”; es decir, por la acción.

Las y los más valientes tomaron el camino de las armas, de la lucha sindical, de la lucha estudiantil, de la lucha política y enfrentaron en muchos casos la represión, la tortura, la cárcel o la muerte.

Otros, como pudimos, tratamos de seguir los pasos de personajes como Heberto Castillo, Rosario Ibarra de Piedra, Demetrio Vallejo y José Revueltas.

Yo no tenía ninguna confianza en la democracia y tampoco el valor para incorporarme a otro tipo de lucha y por ahí anduve dando tumbos pensando que “desde dentro”; en el INI, en la SEP, en Cortometraje, en Radio Educación, se podía cambiar el mundo.

Finalmente me fui a la guerra en El Salvador y ahí supe de Cuauhtémoc Cárdenas y del fraude de 1988.

A odiar la guerra me enseñó la guerra misma. A sacrificar mis sueños a cambio de que la derecha perdiera su realidad aprendí también entonces.

Tuve el privilegio -al regresar a mi patria- de colaborar en las campañas del ingeniero Cárdenas para la Jefatura de Gobierno y luego para la Presidencia y conocí desde entonces a Andrés Manuel López Obrador.

Tardé en aprender la lección que ellos, con su ejemplo, me dieron y voté por primera vez hasta el año 2000.

La convicción democrática, la tenacidad de ambos me cambió. El ingeniero era imponente; López Obrador deslumbrante.

Los dos, ante los fraudes de los que fueron víctimas, apostaron por México, por la paz.

A sentir el honor de estar con Obrador comencé desde entonces.

Seguí sus pasos, con la cámara al hombro, del desafuero a las urnas en el 2006, en el 2012, en el 2018 y le vi entrar a Palacio Nacional y salir de él, seis años después, para desaparecer para siempre de la vida pública.

Que la transformación democrática, pacífica y en libertad es posible lo aprendí de él.

Que “con el pueblo todo y sin el pueblo nada” también.

Atesoro sus enseñanzas, me mueve la fuerza de su ejemplo, le extraño, pero, como él, estoy convencido de que Claudia Sheinbaum Pardo es “lo mejor que le pudo pasar a México” y estar con ella -después de verla luchar a su lado tantos años con tanta tenacidad- para mí también es un honor.

Siete años hace de la victoria de Andrés Manuel. Volvió Claudia a vencer hace apenas un año -incluso por mayor margen- a la derecha.

De una hazaña tras otra hemos todas y todos sido capaces.