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Quiere AMLO el poder absoluto

El mismo demagogo definió como mascotas a quienes integran el pueblo bueno y sabio.

. Catón

La noche estaba estrellada, y tiritaban, azules, los astros a lo lejos. Frente a la ventana de la suite nupcial la novia veía, embelesada, la bóveda celeste. En el lecho su maridito la aguardaba, ansioso. Le preguntó, trémulo de emoción: “¿No vienes a mis brazos, vida mía?”. “No -replicó ella-. Mi mamá me dijo que ésta será la noche más hermosa de mi vida, y no quiero perderme ni un instante de ella”. (¡Ingenua joven! Este cuento ha de ser de finales del siglo antepasado o principios del pasado). La pregunta que enseguida haré sonará ruda, incivil y -no dudo en decirlo- majadera. ¿Qué chin… quiere López Obrador? Quiere el poder absoluto, no lo ignoro. Pero ¿para qué? Para heredarlo a su hijo, dicen. Y su hijo ¿para qué lo quiere? No he advertido en AMLO ni en Andy un concepto claro de lo que conviene al País. La ayuda que a los pobres dio el cacique de la 4T, y que a través de su personera sigue dando, obedece más a un interés político que a un sincero sentido de la compasión. El mismo demagogo definió como mascotas a quienes integran el pueblo bueno y sabio. Hago aquella pregunta sonorosa porque el régimen va ahora contra el INE a fin de convertirlo en un instrumento más al servicio del Estado, y sin intervención ya de la ciudadanía. Las inmoralidades que en materia electoral se le han adjudicado a Bartlett se quedan cortas ante la destrucción de ese Instituto que alguna vez fue baluarte de la democracia y ahora agoniza ante los embates de un sistema que ya ni siquiera se cuida de usar máscara, sino que abiertamente lleva a cabo reforma tras reforma de las leyes para afincar con mayor profundidad y fuerza su voluntad dictatorial. Pido disculpas a mis cuatro lectores -eso de “ofrezco una disculpa” es artificioso circunloquio- por la manera en que pregunté acerca de las intenciones de AMLO, bajo cuya consigna se han llevado a cabo las reformas que anularon la democracia y la justicia en México, y que ahora amenazan la libertad y los derechos de los ciudadanos. Hay veces, sin embargo, en las cuales, como dice el proverbio popular, más vale una colorada y no 100 descoloridas. O, para usar otra expresión similar: “Mejor un ‘¡cab…!’ a tiempo que sermón mal deletreado”. Don Acisclo pasó unos días con su esposa en un hotel de playa. Al hacer el check out miró la cuenta: Era exorbitante. “¿Por qué tan cara la habitación?” -preguntó molesto. Respondió el encargado: “Caballero: Eso es lo que cobramos por un cuarto con jacuzzi y bar privado”. Opuso el huésped: “Pero no usé el bar privado ni el jacuzzi”. “Porque no quiso -replicó el del hotel-. Pero el jacuzzi y el bar ahí estaban”. En ese momento don Acisclo tuvo una ocurrencia que le pareció genial. (Todos los que tienen ocurrencias piensan que son geniales). Le dijo al del hotel: “En ese caso me veré obligado a cobrarle a usted 5 mil pesos por haberle hecho el amor a mi esposa”. El otro se sobresaltó. Balbuceó lleno de azoro: “Señor, no hice eso”. Y don Acisclo, con triunfal acento: “Porque no quiso. Pero mi esposa ahí estaba”. Aturrullado, el de la recepción le hizo a don Acisclo un descuento sustancial. Tan satisfecho y orgulloso quedó el señor por su ingeniosa estratagema que la siguiente vez que se repitió el caso volvió a usarla. Le dijo de nueva cuenta al recepcionista: “En ese caso me veré obligado a cobrarle a usted 5 mil pesos por haberle hecho el amor a mi esposa”. El joven y guapo empleado enrojeció, confuso. En voz baja le dijo a don Acisclo: “Se los pagaré, señor, pero no haga escándalo porque soy nuevo en el empleo y me pueden despedir”. FIN.

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