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El desabasto de medicamentos

La presidenta Sheinbaum ha reconocido tácitamente el desabasto de medicamentos, carencia -eso lo digo yo- que ha provocado numerosos decesos.

. Catón

En el momento del amor ni el marido ni su mujer podían llegar a la satisfacción final. Le preguntó él a ella: “¿Tampoco tú puedes pensar en alguna otra persona?”. La hija adolescente le comentó a su madre: “Leí que en algunos países de Asia y África la mujer no conoce a su marido sino hasta que se casa con él”. Declaró la señora: “Lo mismo sucede acá”. En el juicio de divorcio la demandante manifestó tener 25 años de edad. Le dijo el juez: “Perdóneme, señora, pero me parece que tiene usted más años de vida”. “Su Señoría -replicó la mujer-. ¿A los 15 años que viví con ese hombre los llama usted vida?”. En los cincuenta del pasado siglo vivió en mi ciudad un médico al que la gente llamaba “doctor Ato”, pues sostenía la tesis de que todos los males del cuerpo se podían curar con sustancias cuyos nombres terminaban en la desinencia -ato: Los de la cabeza, con salicilato; los del pecho, con benzoato; los del estómago, con carbonato, y los de más abajo con permanganato. En aquellos entonces la gente se moría de empacho o “de un dolor”. De quienes fallecían en la ancianidad se decía: “Murió de su muerte”. El cuidado de la salud se basaba en dichos populares: “De limpios y tragones están llenos los panteones”. “Después de almorzar, a trabajar. Después de comer, ni una carta leer. Después de cenar, cien pasos dar”. “Aire por detrás, nomás el que sale es bueno”. Los remedios eran caseros: Tecitos de yerbas; calditos de pollo o de pichón; ungüentos hechos de sebo o enjundia de gallina. Si a alguien le dolía algo es que traía “un aire”, y se lo sacaban con un procedimiento que luego supe se llama moxa: se Encendía un cabo de vela sobre la parte dolorida; se cubría con un vaso, y cuando la vela se apagaba por falta de oxígeno se retiraba el vaso, lo cual producía un efecto de succión al que se atribuían virtudes curativas. Dirán mis cuatro lectores que todos esos tratamientos eran ineficaces, y que la naturaleza era la que mataba o sanaba, además de las oraciones. (“Si se alivió fue la Virgen; si se murió fue el doctor”). Resulta, sin embargo, que en esto, como en muchas otras cosas, estábamos mejor cuando estábamos peor. La presidenta Sheinbaum ha reconocido tácitamente el desabasto de medicamentos, carencia -eso lo digo yo- que ha provocado numerosos decesos. A López Obrador debe atribuirse la muerte de niños con cáncer o de pacientes fallecidos en hospitales públicos en los que no había ni una desgraciada aspirina. Las caprichosas medidas que dictó AMLO en el campo de la salud fueron criminales. Eso se vio particularmente en el curso de la pandemia. No faltó quien llegara al radical extremo de tildarlo de asesino a causa de la falta de medicinas en el curso de su letal sexenio. Esperemos que sea cierto el anuncio de la Presidenta en el sentido de que pronto se normalizará esta anormal situación. El doctor Ken Hosanna le pidió a su joven y curvilínea paciente que le diera la dirección de su departamento, cosa que no dejó de extrañar a la atractiva chica. Luego le dijo: “Sufre usted de surmenage, agotamiento por exceso de trabajo. Vaya a su domicilio; beba un cuarto de esta botella de brandy; métase en la cama y no le abra a nadie hasta que oiga en la puerta tres toques cortos y uno largo”. En el Bar Ahúnda el apuesto galán le preguntó a la hermosa dama que bebía a su lado: “¿Eres casada?”. “Sí -respondió ella-. Pero sin fanatismos”. Estamos en los tiempos de la Primera Cruzada. De la noche a la mañana el herrero del pueblo se hizo rico. Explicaba el origen de su fortuna: “Inventé una llave maestra para abrir cualquier tipo de cinturón de castidad”. FIN.