Inoculando odio, sembrando miedo

A finales del siglo XIX y principios del XX Europa vivió un auge nunca visto, las crónicas que describen aquella sociedad que despertaba a un nuevo siglo son deslumbrantes, una atmósfera de progreso fue el clima propicio para que todas las expresiones tuvieran un impulso excepcional.

Stefan Zweig narra cómo siendo joven viajaba con toda libertad por los países europeos sin necesidad de pasaporte, las posibilidades de estudio o trabajo eran algo natural, la camaradería y las relaciones se prodigaban sin ninguna dificultad.

Sin embargo, un germen destructivo se anidaba en aquel continente cosmopolita, nadie advertía lo que pasaría en tan sólo unos años, la desolación y la ruina serían las consecuencias de aquella contienda soterrada donde el odio quedaría inoculado fatalmente.

“Si hoy, reflexionando con calma, nos preguntamos por que Europa fue a la guerra en 1914, no hallaremos ni un solo fundamento razonable, ni un solo motivo”. (El mundo de ayer. Memorias de un europeo. Stefan Zweig. 1942).

Lo que llegaría después se convirtió en el infierno, aquella sociedad progresista y próspera se vio envuelta en una debacle que arrasaría al continente y llevaría al mundo por una espiral de martirio hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.

Toda debacle tiene responsables: Los nacionalismos exacerbados, una clase política que no supo contener a personajes que prodigaban la división, una sociedad crédula y confiada que consumía inadvertidamente las injurias y rencores de quienes perseguían el poder para matarse .

Este fenómeno irracional permaneció y en América Latina se repitió con un ritmo escalofriante, en tiempos recientes y sin que la Guerra Fría fuera el escenario, la nación latinoamericana más rica y con las reservas petroleras más abundantes se convirtió en un campo de batalla entre estos relatos y la realidad, Venezuela vivía un régimen democrático y de libertades que sucumbe ante estas aberraciones políticas.

En 2014 y ante los reclamos populares en Venezuela, el chavismo vuelve a cometer un atropello en contra de la libertad: “La degradación del poder se acelera y no se vislumbra la menor señal de mejoría. Por el contrario, el Gobierno de Maduro se prepara para cerrar los pocos espacios autónomos que quedan potenciando el control de la población y sembrando el miedo, con la participación de asesores cubanos (…) nombró como presidente del Tribunal Supremo de Justicia a un ex agente del Sebin (servicio de inteligencia) con antecedentes penales”. (La Invasión Consentida. Diego G. Maldonado. Ed. Debate, 2019).

El México democrático y de libertades que habitábamos (1997-2018) no desapareció de forma natural, lo destruyeron contando una historia simple y de fácil digestión social, argumentando que era injusto y desigual.

Sin embargo, el que se aproxima es ominoso, trae consigo la pérdida de libertades y el hostigamiento judicial, sobre todo para quienes no comulgan con el morenismo o aquellos que se alejan del pensamiento único.

Tanto en Europa de inicios del siglo XX como en la Venezuela del siglo XXI, aunado a aquellos propagandistas del rencor y la discordia, había una sociedad crédula y ajena, suponía que la libertad y la democracia eran un bien inherente que no estaba en riesgo; estaban equivocados, el derrumbe arrasó con miles de vidas y con graves retrocesos en la autodeterminación, aunada a la debacle económica y social.

Las libertades son un patrimonio que pasa inadvertido hasta que se pierden, hoy el régimen asoma su rostro represivo, no tolera el juicio ciudadano ni la crítica fundada, la censura y el acoso son las armas que esgrimen para amedrentar.

En el actual régimen llevan años inoculando odio, hoy siembran miedo.