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Sensatez o mesianismo

Me repugnan la normalización televisiva del horror y la conversión de la guerra en espectáculo.

Epigmenio Ibarra

Me rehuso a ver los misiles cruzar los cielos y estallar en Gaza, Teherán, Haifa o Tel Aviv como si fueran solo fuegos artificiales. Imagino, después de cada explosión, los cuerpos reventados por la metralla y a quienes, entre los escombros, buscan desesperados a sus seres queridos.

Me rehuso a permanecer indiferente ante el sufrimiento que a los pueblos imponen esos líderes que, desde la seguridad de sus oficinas blindadas, aprietan el botón e invocando el Antiguo Testamento o El Corán, matan a distancia y en el nombre de Dios.

Me repugnan la normalización televisiva del horror y la conversión de la guerra en espectáculo.

Maldigo a quienes como Benjamín Netanyahu pretenden sepultar, bajo toneladas de escombros, a un pueblo entero para terminar de arrebatarle lo que le queda de patria. Sé que se equivocan al hacerlo, porque al destruir barrios y ciudades solo siembran entre sus ruinas, nuevos y más feroces enemigos.

Veo y escucho a Donald Trump, quien criticó en el pasado a los presidentes demócratas por meter las manos en el Medio Oriente, estrechar lazos con un genocida como Netanyahu y lanzar nuevas amenazas apocalípticas contra Irán. Le veo velar armas en la Casa Blanca y disponer a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos para entrar en combate. “Al que lesione a su prójimo se le infringirá el mismo daño que haya causado; fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente” establece la Ley del Talión: ¿Quién detendrá esta locura?

Lo cierto es que ni haciendo la guerra, ni con la persecución a las y los migrantes en su propio territorio, ni con los aranceles que ha impuesto al mundo cumplirá Trump -y eso lo saben cada vez más estadounidensessu promesa de “hacer a América grande de nuevo”. Lo cierto es que así solo acerca a la debacle al que fuera el imperio más poderoso de la historia.

No será en los centros de poder hegemónico desde donde surja, con la fuerza necesaria, la sensatez para frenar el mesianismo que puede desatar el infierno. No será la vieja Europa dependiente como nunca de Washington, ni tampoco Rusia o China que esperan beneficiarse del previsible colapso occidental, de donde nazca el impulso vital por la paz. Toca a pueblos como el nuestro y a gobernantes como Claudia Sheinbaum Pardo poner el ejemplo al mundo -como ya lo está haciendo- y asumir la vanguardia en la lucha por el bienestar y la prosperidad compartida, el único destino que la humanidad debería merecer.

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