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Humor dominical

Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le pidió a la linda Susiflor que le entregara el íntimo tesoro de su doncellez...

. Catón

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

La recién casada comentó acerca de su luna de miel: “La noche de bodas estaba tan cansada que me dormí al segundo. Y casi al primero”.

La esposa de don Languidio vio que su marido se estaba aplicando algo en el rostro. Le preguntó, curiosa: “¿Qué te untas en la cara?”. Respondió el señor: “Es una crema rejuvenecedora”. Comentó con acritud la doña: “No te la estás poniendo donde deberías”.

La señorita Himenia, célibe de 39 años cumplidos (varias veces), solía ir a un bar de esos a donde las mujeres van a buscar marido y los maridos van a buscar mujeres. Conoció a un hombre de extraño aspecto, y entabló conversación con él. Después de un par de copas el sujeto le reveló que acababa de salir de la prisión. Le preguntó la señorita Himenia: “¿Por qué estuviste ahí?”. “Asesiné a mi esposa -replicó, sombrío el individuo-. Le di con un martillo en la cabeza; luego la descuarticé con un hacha y arrojé sus restos en un lote baldío”. Dijo con sonrisa coqueta la señorita Himenia: “Ah, con que solterito ¿eh?”.

El maduro señor fue a confesarse con don Arsilio, el párroco del pueblo. “Acúsome, padre, de que le hice el amor tres veces seguidas a una mujer casada”. Inquirió, extrañado, el sacerdote: “¿Cuándo fue eso?”. Contestó el penitente: “Hace 50 años, tres meses y 14 días”. Lo reprendió, severo, el padre Arsilio”. “¿Y hasta hoy vienes a confesar ese pecado?”. “No, padre -respondió el provecto señor-. Ya lo había confesado. Pero recordar es vivir”.

Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le pidió a la linda Susiflor que le entregara el íntimo tesoro de su doncellez. Ella rechazó la lúbrica solicitación. Declaró terminante: “Sólo casada haré eso”. “Está bien -se resignó Afrodisio-. Esperaré a que te cases”.

La atractiva rubia acusó a un tipo de haberle robado en un cine el dinero de su sueldo. El juez la interrogó: “¿Dónde lo traía usted?”. “Dentro de mi pantimedia -respondió la acusadora-. Ahí acostumbro ponerlo para evitar a los rateros”. Preguntó, suspicaz, el juzgador: “¿Y no sintió la mano del ladrón?”. “Sí la sentí, Su Señoría -respondió la rubia ruborizándose en forma moderada-. Pero pensé que iba a agarrar otra cosa, no mi dinero”.

El pretendiente de Glafira, la hija de don Poseidón, habló con el severo genitor a fin de que le permitiera tener relaciones de noviazgo con la chica. Preguntó, ceñudo, el viejo: “Sus intenciones, joven, ¿son buenas o malas?”. “¡Ah! -se alegró el mozalbete-. ¿Puedo escoger?”.

No hago ofensa a la urbanidad y las buenas maneras postuladas por el señor Carreño y la señora Vanderbilt, ni falto a la caridad cristiana si digo con todas sus letras que Babieco era un pend… Yo lo he sido en infinitas ocasiones, y con frecuencia rezo la devota prez: “Santo Señor San Alejo: / te pido con devoción / que me quites lo pend… / y me aumentes lo cab…”. Así las cosas, Babieco no debe afrentarse de ser llamado con ese calificativo. Pend… los hay en abundancia en todas partes. P.T. Barnum afirmó que nace uno cada minuto. Hay gobiernos formados en su mayoría por esa clase de especímenes. Incluso algunos pensadores recomiendan incurrir en pend… temporalmente, como defensa contra los duelos y quebrantos de la vida: “Si quieres tú ser feliz / en forma reglamentaria / debes hacerte pend… / por lo menos una hora diaria”. Yo suelo duplicar, y aun triplicar la dosis. Pero ya va resultando largo este proemio. A lo que voy es a relatar que Babieco le comentó a un amigo: “Mi mujer no sabe gastar su dinero. Hallé en su bolso un paquete de condones. ¿Para qué quiere condones, si ni pij… tiene?”.

FIN.

Licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura españolas/cronista de Saltillo.

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