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¿Quién moviliza a quién?

La Presidenta vuelve a cometer el mismo error de su predecesor. Cuando López Obrador recibía un día sí y un día no a Ken Salazar.

Jorge  Castañeda

Amarres

La visita del segundo de a bordo del Departamento de Estado, Christopher Landau, al Palacio Nacional debió haber sido justamente lo que dijo Claudia Sheinbaum: Una visita de cortesía. No le corresponde nada más, e incluso esa definición se hubiera debido más bien a una deferencia por haber sido Landau embajador de Estados Unidos en México. Pero el encuentro no fue ni protocolario ni de cortesía. Tomó dos horas consecutivas, sin traducción, y con dos destacados miembros del gabinete presidencial presentes en el encuentro. De esta manera, la Presidenta vuelve a cometer el mismo error de su predecesor. Cuando López Obrador recibía un día sí y un día no a Ken Salazar, imposibilitó la apelación a otra instancia cuando hubiera un desencuentro, como lo hubo a propósito de la reforma judicial. Es cierto que México y muchos otros países no pueden invocar sistemáticamente el principio de reciprocidad. El Presidente de Estados Unidos rara vez recibe a representantes de otros gobiernos que no sean su homólogo. En el caso de México, muy pocos miembros de gabinetes presidenciales han tenido ese privilegio: Quizás Videgaray con Trump cuando fue canciller, y es más o menos todo, que yo recuerde. Repetir un segundo error de López Obrador cuando recibía de manera recurrente a la encargada de seguridad dentro del Consejo Nacional de Seguridad, Elizabeth Sherwood, ahora con Landau puede traer consecuencias negativas a futuro.

Se dirá, quizás con algo de razón, que no está el horno para bollos. La situación con Washington se ha descompuesto a tal grado en las últimas semanas que quizás México no se encuentra en situación de poder disminuir el tiempo y el estatus de una visita así. Es posible que durante la misma se haya podido tratar el tema de la posible reunión entre Sheinbaum y Trump en Canadá, el contenido y las características de la próxima visita del secretario de Estado, Marco Rubio, a México, y las acusaciones de la secretaria de Seguridad Interna, Kristi Noem, a Claudia Sheinbaum de alentar las protestas contra el Gobierno de Trump en Estados Unidos. En vista de todo ello, tal vez no se podía desaprovechar la escala en México de Landau, pero igual no presenta la mejor cara nuestra. De la misma manera que volver a haber pospuesto los anuncios de nombramientos de cónsules y embajadores, y haber cancelado la reunión de Comisiones Unidas en el Senado para ratificarlos, es otra señal de los mismos problemas que ya hemos comentado en otras páginas. El Gobierno está paralizado.

Pero todo ello no basta para explicar lo que está sucediendo con Estados Unidos y las protestas contra las redadas y las deportaciones de la administración Trump. Y aquí vale la pena subrayar un hecho que apenas va apareciendo en todo su esplendor, pero que seguramente dará mucho más que hablar en los próximos meses y años. Sheinbaum debió haber sido mucho más cuidadosa cuando habló de movilizaciones, aunque fuera sólo en contra del impuesto sobre las remesas y sin nunca avalar su posible carácter violento. Y es cierto también que ella no puede controlar la aparición de banderas mexicanas en las protestas, sobre todo en Los Ángeles, pero cada día con mayor ubicuidad en muchas ciudades de ese país.

Pero lo que sí es su responsabilidad consiste en entender que Morena ya es hoy en México un partido de Estado, como lo fue el PRI durante muchos años, y como lo son varios partidos en varios otros países, que muchos integrantes de Morena admiran sobremanera. Por lo tanto, un partido que controla el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial, que tiene un dominio más o menos completo sobre los medios masivos de comunicación, que ocupa más de las dos terceras partes de las gubernaturas en el País, incluyendo la capital de la República, y que busca cada día más cómo extender y prolongar su dominio, es un partido de Estado y, por lo tanto, cuando sus dirigentes, sus representantes, sus personalidades opinan y se movilizan -eso sí- comprometen al Estado. No importa tanto si el partido de Estado se haya completamente subordinado al Gobierno -como fue el caso del PRI en México- o si el Gobierno se encuentra dominado por el partido -como fue el caso en la URSS, en los países socialistas de Europa Oriental y en China durante buena parte del siglo XX. La identificación de partido con Estado y de Estado con partido vale para el país del que se trata, y vale también para la manera en que los demás países reaccionan ante él. Diversas voces ultraconservadoras en Estados Unidos dentro del Gobierno, dentro del Partido Republicano, y sobre todo en las redes sociales y los medios tipo podcast de la derecha norteamericana, es comprensible. Si Fernández Noroña u otros activistas de Morena en México o en Estados Unidos se pronuncian sobre las redadas, las detenciones, el uso de la fuerza, las deportaciones, etcétera, estos sectores, con mala leche pero con fundamento, atribuyen esas posiciones al Gobierno de México. Porque las personas que verbalizan esas posiciones forman parte de Morena y Morena forma parte del Estado. Entonces, conviene mejor reconocer que ser partido de Estado reviste muchas ventajas para un régimen autoritario y para los integrantes de Morena, pero también algunas desventajas. No se puede tener todo en la vida.