“Te perdoné pero aprendí a cuidarme”: elijo soltar sin rencor y sin volver
Si alguien te hiere y decides soltar el rencor pero no retomar el vínculo, ¿eso es resentimiento… o es una forma de autocuidado?

Historias demasiado humanas
Si alguien te hiere y decides soltar el rencor pero no retomar el vínculo, ¿eso es resentimiento… o es una forma de autocuidado?
Una lectora me escribió hace unas semanas para compartir una historia. No buscaba consejos ni revancha. Sólo necesitaba poner en palabras una certeza: Hay vínculos que se perdonan mejor desde lejos.
Me contó que, años atrás, salió de una relación difícil. La separación fue dolorosa, pero limpia. Cada uno siguió su camino.
Lo que no esperaba era que su mejor amiga -esa que le había secado las lágrimas, que había escuchado cada lamento y cada enojo, a la que le había revelado detalles íntimos de la pareja- empezara a vincularse con su ex. Cuando lo supo les preguntó y ambos lo negaron.
“Somos amigos, no pienses cualquier cosa”, le dijeron.
Tiempo después supo que no sólo estaban saliendo, sino que la relación venía de antes, que era un secreto a voces.
En ese momento, confirmar la verdad que intuía no le dolió por celos, ni por su ex. Le dolió la mentira, que su amiga la mirara a los ojos y negara lo evidente. Después de eso, se alejó. No hubo peleas, ni escenas, ni reproches públicos.
Pasaron muchos años. Hoy la herida ya cicatrizó y ni siquiera duele, me cuenta. Cada uno hizo su vida. Pero hace poco, la amiga la volvió a contactar.
“Me acordé de ti, ¿nos tomamos un café? Me gustaría retomar nuestra relación”.
¿Qué se hace con eso?, se preguntaba la lectora.
“Y la frase con que terminaba su relato me quedó picando: “Yo perdoné, pero decido no volver.”
Coincidentemente, vi una entrevista reciente al actor Keanu Reeves que parece dicha para acompañar esa historia.
Él dice: “Perdonar no siempre significa abrir la puerta de nuevo. A veces, el perdón es un acto silencioso, una despedida sin rencor, un cierre sin palabras. No se trata de enojo ni de venganza, sino de cuidar la paz propia”.
Y pensé en cuántas veces confundimos perdonar con restablecer un vínculo. Como si la única forma válida de cerrar una herida fuera volver al lugar donde ocurrió. Como si decir “te perdono” implicara automáticamente decir “volvamos a empezar”.
A veces no hace falta explicar nada. Ni reencontrarse. Ni revisar todo con lupa para entender por qué el otro actuó como actuó. Porque volver, muchas veces, no repara sino que reabre.
Me acordé del viejo cuento del escorpión y la rana. La rana accede a cruzarlo por el río. El escorpión le promete no picarla. Pero a mitad de camino, lo hace. Mientras ambos se hunden, ella le pregunta por qué. Y el escorpión responde: “Lo siento. No puedo evitarlo. Está en mi naturaleza”.
Tal vez eso es lo más difícil de aceptar: Que hay personas que lastiman sin querer. Y que uno puede perdonarlas… sin volver a prestarse para hundirse.
No por odio, ni por orgullo, sino por un ejercicio sano de cuidado personal… Porque el perdón no es un pase libre al corazón. Es un acto íntimo, es aceptar lo que fue, dejar de cargar con el rencor, y seguir adelante.
Perdonar no es olvidar. Es recordar sin que duela. Y a veces, recordar también es comprender que uno creció, cambió y que ya no encaja donde antes se esforzaba por pertenecer. La distancia, en algunos casos, no es castigo: Es respeto por uno mismo.
No hay manual para esto. No hay fórmulas. Pero tal vez el mayor gesto de madurez emocional no sea reconciliarnos con todos, sino hacerlo con la propia historia. Con lo que no fue. Con lo que se intentó. Con lo que dolió.
Perdonar, sí. Volver, no siempre.
Juan Tonelli
Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.
www.youtube.com/juantonelli
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