‘A’ de autoritaria
El llamado “experimento democrático” acabó certificado como lo que es: El sepelio de la transición democrática, el funeral de lo que México aspiraba a ser y perdió.

Hace apenas unas semanas, Claudia Sheinbaum era admirada y aplaudida alrededor del mundo. “Es mujer, es judía, es ingeniera ambiental, no se dobla ante Trump y además, ayuda a los pobres”. Ése era el mensaje repetido, la narrativa generalizada. Pero en menos de 10 días, la Presidenta cayó del pedestal donde la habían colocado. La comunidad internacional descubrió que la ídola tenía los pies de barro y las manos manchadas. El Financial Times bautizó la elección del Poder Judicial como “un proceso kafkiano”. The Economist la llamó “la peor y más peligrosa idea de López Obrador”. The Washington Post y The New York Times cuestionan la legitimidad del proceso. La OEA, la ONU y Human Rights Watch manifiestan su enérgica desaprobación. Mientras el oficialismo repite que México es el país más democrático del mundo, el mundo responde -de manera categórica- que no es así.
El llamado “experimento democrático” acabó certificado como lo que es: El sepelio de la transición democrática, el funeral de lo que México aspiraba a ser y perdió. Hoy el partido mayoritario controla el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial. Gobierna sin contenciones y con poquísimos contrapesos. Gobierna sin división de poderes y con oposiciones invertebradas. Ante esa realidad indisputable, las maquiladoras de mentiras intentan desmancharse diciendo que la Suprema Corte no estará controlada por Morena, porque hay “muchos Morenas”. Pero esa manipulación analítica es la misma que hizo el PRI durante más de 60 años: Festejaba la excepcionalidad mexicana, exaltaba la idiosincrasia irreproducible. Disputas dentro del partido eran presentadas como una forma autóctona de democracia. No había competencia real entre partidos, pero sí competencia interna entre facciones del partido hegemónico. Vivíamos una simulación disfrazada de nacionalismo revolucionario.
El 1 de junio coloca al País en una situación similar, pero peor por la transición a un autoritarismo constitucionalizado. Una “elección” políticamente eficaz pero democráticamente ilegítima por el triunfo de los palomeados previamente en Palacio Nacional o en Palenque. Un éxito para el partido en el Gobierno, un fracaso para su credibilidad. Un triunfo para la toma del poder, una derrota para su discurso. La elección evidenció la estrategia con todo su tufo. La supuesta democratización haría posible la colonización. La “voluntad del pueblo” avalaría la captura del partido. Pero la baja participación y la alta anulación contradijo el cuento contado sobre el Plan C. Por eso el enojo del oficialismo con la oposición; por eso el reproche del morenismo a las oposiciones, que son muchas y no caben dentro de los partidos.
El voto nulo fue un voto de protesta que trasciende al PRI o al PAN. Fue un rechazo orgánico frente a un proceso fársico. Fue una impugnación a los Comités de Selección controlados por Morena, a los filtros fallidos diseñados por Morena, a los requisitos minimalistas establecidos por Morena, al uso ilegal de recursos públicos de las candidatas a la Suprema Corte nombradas por Morena. El voto nulo fue el doble de los votos obtenidos por el nuevo presidente de la Suprema Corte -Hugo Aguilar Ortiz- que es de origen indígena y también un operador político de Morena. La anulación y la abstención arrancan la máscara al morenismo, revelando su cara autoritaria.
Esa faz no se desdibuja regañando a la oposición o culpándola por el vacío que dejó, la nada que no ocupó. Al contrario, el regaño exhibe a quienes lo hacen. Critican a la oposición por no movilizar el voto, cuando la “elección” no debía ser una competencia partidista para colocarlos a modo. Pero Morena siempre la concibió así y ahora amonesta a quienes no quisieron participar en el juego amañado. Un juego donde las reglas las creó el partido-gobierno, el presupuesto fue fijado por el partido-gobierno, las candidaturas fueron definidas por el partido-gobierno, y los resultados favorecieron al partido-gobierno.
Ahora Sheinbaum y los suyos se enojan porque los otros jugadores se fueron de la cancha. Porque millones de ciudadanos abandonaron el estadio y evidenciaron la farsa. Porque el lopezobradorismo hizo todo para destruir los contrapesos, y ahora que lo logró, el mundo lo sabe. La culpa es suya. Asúmanla. Y vean la letra que la Presidenta tiene tatuada en la frente: Es la “A” de autoritaria.
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