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Fiesta fracasada

El ínfimo nivel de participación contraviene el supuesto “mandato popular” para la elección del Poder Judicial.

Denise Dresser

Fue su fiesta y pocos llegaron. Colocaron la carpa, enviaron las invitaciones, montaron las sillas, diseñaron el menú, contrataron a los mariachis y al final, se quedaron solos. Lo que el partido/gobierno celebraba como el evento social del siglo, acabó en un desaire desangelado. Casillas vacías, boletas apiladas, electores que se apoltronaron en su casa en lugar de acompañar al morenismo. Haya sido como haya sido, por apatía o desconfianza o desinterés o rechazo o falta de información, lo que se presumió simplemente no ocurrió. Los invitados a la bacanal jamás aparecieron. Y su ausencia manda un mensaje. El Plan C entraña destrucción sin legitimidad. Es una farsa sin festejo.

El ínfimo nivel de participación contraviene el supuesto “mandato popular” para la elección del Poder Judicial. La evaporación de electores rompe en pedacitos el cheque en blanco que Claudia Sheinbaum pensó endosado. Si el pueblo en verdad es bueno y sabio, ya demostró su sabiduría no participando en la pachanga. Aunque mañana los oráculos del oficialismo digan que su convite fue un éxito, las casillas desoladas evidencian el tamaño del fiasco. 38 millones de votos desaparecieron, se encogieron, se esfumaron. El tsunami electoral del 2024 se convirtió en el riachuelo del 2025. Y el bochorno va a ser aun mayor cuando quienes queden como jueces en lugares sin competencia -como Durango anen con sólo un manojo de votos. Una elección definitoria para el País, decidida por apenas un puñado de participación.

Ojalá el fracaso de la fiesta fuera un llamado de atención. Ojalá produzca humildad, reflexión y autocorrección. Desde que Arturo Zaldívar traicionó su profesión y al País, advertimos que estaba preparando un coctel sólo para sí mismo. Desde aquel fatídico día en el cual Morena torció la Constitución para conseguir la sobrerrepresentación, dijimos que la fiesta anunciada estaba mal planeada. Desde el momento en que el morenismo acuñó la “supremacía constitucional”, repetimos que no era motivo ni momento para verbenas violatorias de la democracia. Desde el instante en que la 4T sacrificó principios y se ensució las manos al tendérselas a Yunes, no había manera de que el guateque anunciado terminara con copas alzadas y brindis triunfales. La fiesta popular iba a ser -en realidad- una borrachera de poder. Quienes participaron en su organización y su legitimación cargan con la culpa aunque no lo quieran reconocer. Tienen nombre y apellido. Saben qué son y en lo que se han convertido.

Los que participaron en “comités de evaluación” presumieron la foto con Zaldívar y ocultaron us conflictos de interés. Los que hicieron listas de los “perfiles progresistas” e ignoraron que el salón para la fiesta estaba construyéndose sobre un pantano. Losque exigieron votar por el “contrapeso” ahora, pero apoyaron el “carro completo”para Morena en la elección de 2024.

Los que propusieron, aprobaron, legislaron y votaron el Plan C, ahora confrontados con la carpa incendiada, envuelta en llamas, que ha sido esta elección. La promesa tramposa de “más democracia”, sepultada por el silencio de las urnas. Human Rights lo pronosticó, la Relatora Especial de las Naciones Unidas lo sentenció, la Corte Interamericana lo alertó, la Barra Internacional de Abogados lo subrayó, la prensa internacional lo documentó. El jurista Roberto Gargarella lo encapsuló en una sola oración: La reforma judicial mexicana es “una de las mayores tragedias institucionales de nuestros tiempos”. Aún así hubo quienes exigieron vestirse de gala, ponerse la corbata de moño, y votar. Quienes participaron en la maroma de oponerse trabajando para causas a las cuales uno se opone. La reforma judicial es un horror, pero legitímala, decían. La fiesta será una farsa, pero por favor manda tu RSVP. Y ahora, ante la votación raquítica, culparán a “la oposición” que hace apenas unos días despreciaban por irrelevante.

Háganse cargo tanto AMLO como Claudia Sheinbaum como los políticos y analistas responsables del festín que ha terminado sin final feliz. Sin legitimidad, sin pueblo, sin bailongo. La población no quiso probar frijol con gorgojo, beber vino adulterado, comer platillos mal preparados. No entendió la complejidad del menú, preparado al vapor por chefs cuyo único objetivo era tomar control total de la cocina. O no quiso degustar la comida envenenada de una fiesta fracasada.

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