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La dura vida de Joe Biden

Conozco a muy pocas personas que hayan sufrido tanto como el ex presidente de Estados Unidos Joe Biden.

Jorge  Ramos

Conozco a muy pocas personas que hayan sufrido tanto como el ex presidente de Estados Unidos Joe Biden. Sin embargo, en todas las veces que lo entrevisté o que nos encontramos en algún evento, nunca lo vi deprimido o decaído. Al contrario, generalmente desbordaba optimismo, humor y buenas vibras. Su imagen - sonriente, bonachón, bromista - siempre contrastó con una vida llena de tragedias. Y a esa fila de desgracias, accidentes y enfermedades ahora, a sus 82 años, se suma un cáncer incurable de próstata con metástasis en los huesos. Inevitable pensar qué hubiera ocurrido si estuviera todavía en la Casa Blanca.

Biden ha tenido una vida muy dura. En diciembre de 1972, perdió a su esposa Neilia, de 30 años, y a su hija Amy, de 18 meses, cuando un camión chocó con la camioneta de la familia Biden en Delaware. Sus dos hijos, que también iban en la camioneta, resultaron heridos, pero sobrevivieron. En 1988, Biden sufrió dos aneurismas cerebrales y uno se le reventó. Tuvo que exponerse a una riesgosa cirugía. La situación fue tan grave que hasta llamaron a un sacerdote para prepararlo para morir. Su esposa, Jill, prohibió la entrada del sacerdote y Biden, digamos milagrosamente, se salvó.

Biden, luego, tuvo que vivir la inenarrable experiencia de ver morir a un segundo hijo. En el 2015, Beau Biden murió de un cáncer cerebral a los 46 años. Quienes conocen a los Biden creen que eso evitó que Joe, emocionalmente destruido, se lanzara a la presidencia el año siguiente. Pero la buscó en el 2020 y se la ganó por mucho a Donald Trump. Su otro hijo Hunter Biden, quien estuvo ahogado en adicciones y problemas legales, obtuvo un extrañísimo perdón presidencial de su propio padre para evitar persecuciones políticas en el futuro.

El reciente diagnóstico de cáncer de próstata - tan agresivo que se puede tratar más no curar - ocurrió apenas unos días después del lanzamiento del libro “Original Sin” (o “Pecado Original”, escrito por los periodistas Jake Tapper de CNN y Alex Thompson de Axios, en que narran cómo, supuestamente, la Casa Blanca y el Partido Demócrata ocultaron el declive físico y mental del entonces presidente. Este aparente “cover-up” evitó que candidatos más jóvenes y saludables lucharan abiertamente por la candidatura presidencial del Partido Demócrata. Y cuando Biden, finalmente, se retiró - tras un terrible espectáculo de errores y pausas en un debate presidencial televisivo con Donald Trump en junio del 2024 - ya era demasiado tarde. En noviembre, Trump le ganó ampliamente la elección a la vicepresidenta Kamala Harris.

El Biden que yo conocí era muy distinto al que dejó la presidencia y ahora está muy enfermo. Alguna vez, ya como vicepresidente, lo entrevisté junto al presidente Barack Obama en medio de una larga y extenuante campaña electoral y los dos lograban hacer un ping-pong muy entretenido; mientras uno hablaba el otro cerraba los ojos y descansaba. En septiembre del 2019, fui uno de los moderadores en un debate presidencial en el que Biden negó enfáticamente que el gobierno de Obama-Biden hubiera separado a familias de inmigrantes. Y más tarde, en febrero del 2020, durante una entrevista, Biden rechazó que ellos hubieran deportado a más inmigrantes que cualquier otro gobierno. En esas tres ocasiones Biden manejó cifras, citas y referencias históricas con rapidez y maestría. Aunque no siempre estuvimos de acuerdo.

Luego de nuestra última entrevista en Las Vegas en 2020, se quedó varios minutos después para explicarme en qué se habían equivocado con los indocumentados y cómo pensaba remediarlo. Siempre agradecí la generosidad con su tiempo y su deseo de conectar como persona. Quedamos que, si ganaba la presidencia, nuestra próxima entrevista sería en la Casa Blanca. Pero eso no ocurrió.

Nunca supe si se había molestado con mis preguntas en el debate y en la entrevista, o si la política del nuevo gobierno (2020-2024) era no exponer al presidente a cuestionamientos públicos. Biden se convirtió en uno de los tres presidentes que dieron menos conferencias de prensa en un siglo. Algo estaba cambiando.

Ese personaje amable, que disfrutaba las pláticas en corto, las intensas discusiones políticas y las bromas personales se fue alejando cada vez más de la gente y de los periodistas. Sus frecuentes errores y traspiés - como una ocasión en Italia en que parecía hablarle al aire - eran explicados por la Casa Blanca como típicos comportamientos de un ser humano bajo extraordinaria presión. Pero hoy sabemos - porque todos vimos ese desastroso debate en el verano del 2024 - que Biden estaba perdiendo su capacidad de comunicarse efectivamente y que a veces se comportaba de manera errática en público.

El presidente Trump, aventando teorías al aire, dijo sobre el diagnóstico de cáncer de Biden que “hubo cosas que a la gente no se le informó”. Pero no tenemos ninguna evidencia de que la Casa Blanca hubiera ocultado un informe médico sobre la salud de Biden, y mucho menos tratándose de cáncer.

Más allá de las discusiones políticas, hoy estoy pensando en la familia del expresidente, en los difíciles días que tienen por delante y en la extraordinaria vida de un hombre que decidió que, a pesar de todas las amarguras que le tocó vivir, no se dejaría vencer por la tristeza.

JORGE RAMOS

Jorge.Ramos@nytimes.com

*Jorge Ramos, periodista ganador del Emmy, director de noticias de Univision Network. Ramos, nacido en México, es autor de nueve libros, el más reciente es “A Country for All: An Immigrant Manifesto”.

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