No existe ya la democracia
Muchas cosas han desaparecido en México, entre ellas la decencia política, como lo muestra la humillante y villana y prepotencia de Noroña.

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
Don Gerontino, señor que llevaba sobre sí 80 calendarios, contrajo segundas nupcias -era viudo- con Pompona, mujer en flor de edad y pródiga en geografía anatómica. La hija del añoso desposado llamó por teléfono a su padre a fin de recomendarle que no se esforzara en hacer obra de varón en la noche de bodas, pues no eran pocos los hombres de su edad que en ese trance habían dejado la vida, placentera forma de salir de ella, ciertamente, pero salida a fin de cuentas. La llamada llegó tarde. Antes de que su hija pudiera hacerle recomendación alguna don Gerontino le informó, orgulloso: “Le hice el amor dos veces seguidas a Pompona”. La muchacha creyó no haber oído bien. Le pidió a su padre: “¿Podrías repetir eso?”. “Sí -respondió el maduro galán-. Nada más estoy esperando a que la novia se reponga un poco”. El prometido de Glafira se llamaba Epipacio, pero todos le decían Pipí. La muchacha fue a un baile de pueblo, y al empezar la música -con el danzón “Nereidas”- un lugareño nombró a Glafira, esto es decir que la invitó a bailar. “No -declinó ella-. Me va a sacar Pipí”. “Señorita -declaró con gran formalidad el invitante-. Le prometo no apretarla tanto”. Muchas cosas han desaparecido en México, entre ellas la decencia política, como lo muestra la humillante y villana y prepotencia de Noroña. Se han ausentado también la razón y el buen sentido. Prueba de eso es la falsaria elección judicial. No existe ya la democracia, según lo evidencian la desaparición de las instituciones controladoras del poder del Estado y las mañosas y desmañadas reformas a la Constitución hechas por la nefasta 4T para perpetuar su hegemonía y mantener su dominio sobre México y los mexicanos. En diferente contexto otra cosa no existe ya: Las cartas. Si aún persistiera la costumbre de escribirlas yo enviaría hoy una misiva a los cuatro lectores que desde hace más de 50 años tengo en la Comarca Lagunera de Coahuila y Durango gracias al emblemático periódico “El Siglo de Torreón”. Sucede que el pasado domingo fui a la Feria del Libro celebrada en esa ciudad donde guardo tantas memorias queridas y tantos afectos que me siguen dando su compañía aunque ya no me acompañen. Un público lleno de bondad acudió a mi presentación en tan numeroso número que hubo necesidad de traer más sillas a la sala donde tuvo lugar mi participación. Me emocionó el interminable aplauso con que a mi entrada me recibió la gente, e igualmente emotivo fue para mí el momento en que toda la concurrencia se puso en pie para aplaudirme al final de mi charla. Siguió luego la firma de ejemplares de mi más reciente obra, “México en mí”, y la cordial toma de fotografías, que igualmente me pareció inacabable. ¿Cómo agradecer tantas muestras de cariño a la buena gente lagunera? Tampoco hallo cómo dar las gracias a mi hado librero, que al deambular yo por la Feria me condujo a una librería de antiguos libros donde me hice de una docena de volúmenes de aquella espléndida colección, Clásicos Jackson, formada bajo la dirección de Alfonso Reyes, presidente de un comité integrado, entre otros, por José Bergamín, Adolfo Bioy Casares, Federico de Onís y mi paisano saltillense Julio Torri. Lectura -relectura, más bien- tengo para rato. Cuando esa inexorable dama a la que llaman Parca, que no se anda con parquedades, aparque en mi casa, me encontrará quizá con un libro en la mano, o tecleando otro. Al despedirme de mis buenos amigos laguneros evoqué al inmenso poeta Pedro Garfias, que al decir adiós a quienes en Torreón le dieron pan, vino y amistad escribió estas dolidas palabras: “Despedirse, arrancarse la piel, todo es lo mismo”. FIN.
Licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura españolas/cronista de Saltillo
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