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Retiro de visa

El Tío Sam les retiró la visa a la gobernadora de Baja California y a su esposo. Algo le harían.

. Catón

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Afrodisio le preguntó a la linda chica en el Bar Ahúnda: “¿Cuántas copas se necesitan para ponerte beoda?”. “Con tres tengo -respondió la joven-. Pero no me llamo Beoda”. (No le entendí). Se ofreció una cena a los pastores de la Iglesia de la Quinta Venida. (No confundir con la Iglesia de la Quinta Avenida, que perdona a sus feligreses el pecado de adulterio a condición de que estén al corriente en el pago del diezmo). Por equivocación los meseros sirvieron a los reverendos el postre de otro banquete: Melón con vodka. Al final el gerente les preguntó a los camareros, preocupado: “¿Qué dijeron los pastores?”. Respondió uno: “Nada. Estaban muy ocupados buscando las semillas de su melón para llevárselas”. El ginecólogo leyó los resultados del análisis de su nueva paciente y le dijo con una gran sonrisa: “Le tengo una buena noticia, señora Patané”. Ella lo corrigió: “Señorita, por favor”. “Ah -cambió el semblante del facultativo-. Entonces le tengo una mala noticia, señorita Patané”. La esposa del señor Yasmino le comentó muy enojada: “Fui a una librería, y un tal Bécquer acaba de publicar un libro con todas las poesías que me escribiste cuando éramos novios”. La recién casada le confió a su vecina, señora de cierta edad: “Entre acto y acto mi marido se fuma un cigarrito”. Replicó la vecina: “Mi esposo consume una cajetilla diaria, y entre acto y acto se fuma unas 100”. Don Jenizario terminó su turno de gendarme antes de lo acostumbrado. Llegó a su casa después de medianoche y se desvistió en la oscuridad de la alcoba a fin de no despertar a su mujer. Ella, sin embargo, estaba despierta, y le dijo: “Me duele mucho la cabeza. Ve a la farmacia de la esquina y tráeme unas aspirinas”. Se vistió de nuevo el esposo y fue a la farmacia. El encargado le preguntó: “¿En qué puedo servirle, señor?”. “¿Ya no me conoce? -respondió el policía-. Soy su vecino”. “¡Ah, perdone, don Jenizario! -se disculpó el de la farmacia-. De momento no lo reconocí. Como ahora trae uniforme de bombero.”. El barrio del Águila de Oro fue por muchos años el más bravo de mi ciudad, Saltillo. Si no eras originario y vecino de ahí necesitabas entrar a sus límites con alguien que lo fuera, pues en caso contrario te esperaba una competente ración de trompadas o una pedriza con puntería de apache a cargo de los chamacos del lugar. Del Águila de Oro fue el maistro Abraham, fabricante de cuchillos y otras armas blancas. Decía: “Mis machetes pueden partir un cabello”. Nunca faltaba alguien que acotara: “Todos los machetes pueden partir un cabello”. Con una pregunta respondía él: “¿A lo largo?”. Dos braveros había en aquel barrio bravo. Uno era el Oso, llamado así por sus potentes músculos y su pelambre hirsuta. El otro era un pájaro de cuenta, el Gallo. Ambos eran buenos para los puñetazos, pero el plantígrado superaba por mucho al gallináceo, tanto por su estatura, robustez y fuerza como por sus habilidades pugilísticas, que lo hacían ser el capo indiscutido del barrial. Cierto día el hermano pequeño del Gallo llegó llorando a su casa. “¿Qué te pasó?” -le preguntó éste. Gimoteó el niño: “Me pegó uno”. El Gallo no podía condonar aquel agravio a su hermanito. Lo tomó de la mano y le dijo: “Vamos. Le voy a partir la madre al que te golpeó”. En el camino le hizo una pregunta: “¿Quién te pegó?”. Sin dejar de llorar respondió el chiquillo: “Fue el Oso”. De inmediato el engallado Gallo se desengalló. Volvió sobre sus pasos al tiempo que le decía a su hermano: “Algo le harías”. El Tío Sam les retiró la visa a la gobernadora de Baja California y a su esposo. Algo le harían. FIN.

-Licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura españolas/cronista de Saltillo.