Los Oppermann
A lo largo de la obra, Feuchtwanger nos recuerda una frase talmúdica: “Nos corresponde comenzar la obra. No terminarla”.

Hurgando en una hermosa librería en Ann Arbor, me encontré un libro que contenía una pequeña reseña de uno de los trabajadores de la tienda. Recomendaba su lectura por el momento que se estaba viviendo en Estados Unidos, es decir, el regreso de Trump a la Presidencia. Palabras más, palabras menos, decía que era una novela indispensable para aquellos que alguna vez le preguntaron a sus padres o abuelos cómo no se dieron cuenta en lo que devendría el nazismo cuando Hitler subió al poder en 1933.
Bueno, pues yo soy una de esas personas que se preguntan lo mismo. ¿Cuándo uno reconoce la llegada de un movimiento político que pone en peligro las libertades y hasta la vida de ciertas minorías? Compré el libro titulado The Oppermanns, escrito en 1933 por Lion Feuchtwanger (“Los hermanos Oppermann” en español).
Al igual que el empleado de la librería, recomiendo su lectura. La trama versa en torno a una familia de alemanes judíos propietaria de una exitosa empresa mueblera fundada por el patriarca, Emmanuel Oppermann.
Los protagonistas son sus tres nietos. Primero, Gustav Oppermann, un intelectual-escritor que está elaborando la biografía del dramaturgo germano Gotthold Lessing. Segundo, el eficaz administrador del negocio familiar, Martin. Finalmente, Edgar, reconocido médico quien tiene una gran reputación por las investigaciones que se encuentra realizando.
La historia comienza en noviembre de 1932, cuando Gustav cumple 50 años, y organiza una fiesta en su mansión. Estamos en medio del caos de la atribulada República de Weimar. La democracia es frágil. Comunistas y nazis se pelean en las calles.
Entre los círculos intelectuales, incluyendo los amigos de Gustav, Hitler es percibido como un loco sin posibilidad alguna de convertirse en Canciller de la República. No obstante, debido a la inestabilidad política, el viejo presidente Von Hindenburg le otorga ese cargo a principios de 1933.
El Partido Nazi se convierte en la principal fuerza política alemana en las elecciones de marzo de ese año, las últimas de la República de Weimar. El régimen totalitario empieza a instaurarse en Alemania. Lo valioso del libro es la narración de cómo se va dando este proceso. Son, al principio, pequeños cambios. Cuestión de gestos.
El portero del club que siempre fue atento ya no lo es tanto con los clientes judíos, por ejemplo. La decencia empieza a darle paso a la estupidez. Cosas que antes se pensaban inimaginables ahora son cotidianas. El mérito y talento es sustituido por absurdos criterios raciales.
Mientras el líder se va consolidando en el poder, esparciendo mentiras que son multiplicadas por su Ministro de Propaganda, la clase capitalista se acomoda a la nueva realidad. Las libertades les valen un comino mientras puedan seguir haciendo negocios.
En un pasaje memorable, el autor define así al nuevo régimen político: “Su disciplina era una mentira, su código de leyes una mentira, sus juicios una mentira, su alemán una mentira, su ciencia una mentira, su sentido de la justicia y su fe eran mentiras. Su nacionalismo, su socialismo eran mentiras, su filosofía ética era mentira, y también lo era su amor. Todo era mentira, solo una cosa en ellos era genuina: ¡Su odio!” La mentira y el odio como armas políticas. ¿Suena familiar? La dictadura se va imponiendo poco a poco. Persiste, no obstante, la idea que esta locura terminará pronto.
Es cuestión de tiempo para que el nazismo caiga. La civilización germana retornará. Mientras tanto, hay que esperar pasivamente o ignorar lo que sucede alrededor. Y los pequeños cambios van escalando. Edgar, el médico exitoso, se enfrenta a una campaña de desprestigio público antisemita; posteriormente unas tropas de asalto lo expulsarán de su hospital.
Martin, el jefe del negocio familiar, se ve obligado a fusionarlo con un socio “ario”. La historia más triste es la del hijo de Martin, Berthold, un preparatoriano a quien, primero, expulsan de su club de fútbol, a pesar de su talento, por ser judío. Luego, un profesor nacionalista abusa de él tratando de imponerle falsas ideas sobre la historia germana. La realidad se va asentando a lo largo de 1933.
El régimen del odio no parece ser transitorio. Los nazis se van consolidando y ganando apoyo entre la población. Cada vez hay más miembros del partido. Los cambios ya son más notorios. El exilio comienza a convertirse en una opción para las minorías más afectadas como los judíos o comunistas.
A lo largo de la obra, Feuchtwanger nos recuerda una frase talmúdica: “Nos corresponde comenzar la obra. No terminarla”. A nuestra generación nos corresponde aprender del pasado: nunca termina bien un régimen político que se basa en la mentira y el odio.