Lo feo del sexenio de López Obrador
Para AMLO, y lo reconoció al final de su sexenio, el fin sí justifica los medios.
Dedico mis últimos tres artículos de este sexenio para evaluar al Gobierno de López Obrador. El miércoles pasado publiqué lo bueno y el jueves lo malo. Hoy toca lo feo. Con este adjetivo me refiero a la acepción de la Real Academia Española de algo “que causa desagrado o aversión”.
Comienzo con la actitud del Presidente con sus críticos. Utilizó todo su poder para humillarlos. Desde la mañanera, aplicó la táctica del “asesinato del personaje”, es decir, la difamación, ataques, calumnias y medias verdades con el fin de arruinar la reputación del crítico.
En una democracia, la política de altura implica un debate intenso entre los distintos puntos de vista. Esto comienza con el reconocimiento que nadie es dueño de la verdad absoluta. Hay que escuchar al otro y rebatirlo con ideas y datos. Incluso hay que estar dispuesto a cambiar de opinión cuando los argumentos son mejores del otro lado.
Esto nunca lo hizo AMLO. Su histórica intolerancia se profundizó en la Presidencia. Se rehusó a debatir y se dedicó a aniquilar el prestigio de los que pensaban diferente a él. Unos los sufrieron más que otros. Nadie se salvó. Incluso gente que lo apoyó y que luego cambió de opinión.
Hubo casos de sevicia, como el de María Amparo Casar, con la que utilizaron una vieja herida familiar para atacarla sin misericordia.
Feo su ánimo de venganza. Contra lo que decía, vimos a un Presidente que castigó de manera injusta a gente que alguna vez lo desafió. El caso de Rosario Robles es quizá el más emblemático: Tres años en la cárcel producto de un AMLO vengativo.
Fea la cantidad de mentiras, engaños y embustes de este sexenio. Sí, todos los políticos mienten. Pero AMLO batió el récord. Los famosos “otros datos” que no existían. La falsedad del camino rumbo hacia Dinamarca de la salud pública. La estafa de 145 universidades nuevas que no sirven para nada. Lo bananero de la rifa del avión presidencial, que nunca se rifó, y se vendió con altas pérdidas para el erario para que el mandatario acabara volando en un avión privado de la Aérea.
Muy fea su intervención grosera en el proceso electoral. No estoy hablando de su derecho, que yo defiendo, de opinar libremente sobre sus preferencias políticas. Me refiero a cómo usó datos confidenciales del SAT para inventarle un supuesto fraude a la candidata presidencial opositora, Xóchitl Gálvez. Esas dos semanas que no la soltó en su mañanera, pintándola como una corrupta, fueron fundamentales para crearle una imagen negativa de la que ya no pudo recuperarse.
Para AMLO, y lo reconoció al final de su sexenio, el fin sí justifica los medios. Por eso, no tuvo recato alguno en establecer alianzas con partidos y personas de dudosa calidad moral. El Partido Verde, el PT, los Bartlett, Murat y Yunes. Lo peor es que, mientras se relacionaba con ellos, presumía una chocante superioridad moral.
Ni qué decir de la fealdad de las amistades cercanas con dictadores u “hombres fuertes” de la política internacional. Los de la “izquierda” latinoamericana como el cubano Miguel Díaz-Canel, el venezolano Nicolás Maduro y el nicaragüense Daniel Ortega. Con Donald Trump o con Vladimir Putin y la actitud timorata de México frente a la invasión rusa a Ucrania.
Muy fea su tolerancia al “capitalismo de cuates”. Sobre todo, la relación con el hombre más rico de México quien duplicó su fortuna este sexenio. Slim recibió alrededor de 70 mil millones de pesos en contratos del Gobierno, la mayoría en asignaciones directas. Cómo el Presidente y el magnate “resolvieron” la caída de la Línea 12 de Metro sin consecuencias legales. Cómo acabó AMLO defendiendo a Slim por su “austeridad”. ¿De verdad se separó el poder político del económico cuando vimos este tipo de relaciones tan próximas?
Fea la falta de resolución del caso de Ayotzinapa. Usaron políticamente a los padres de los 43 estudiantes desaparecidos y, al final, como en el sexenio de Peña, no les pudieron ofrecer respuestas porque se toparon con el muro verde del Ejército.
Feo también el caso de corrupción en Segalmex. $15 mil millones de pesos de desvíos, más del doble que la “Estafa Maestra” del sexenio pasado. Lo peor, la protección que le dio el Presidente al director de esa entidad, Ignacio Ovalle, quien, en lugar de ser procesado judicialmente, acabó trabajando en otra área del Gobierno.
Termino lo feo de este sexenio con una duda que tenemos todos los mexicanos: El supuesto retiro del Presidente de la política a partir de mañana.
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