Saltillo, oasis de seguridad
Coahuila es un oasis de seguridad en medio de entidades azotadas por la violencia criminal. Eso ha permitido el desarrollo industrial del Estado, y ha propiciado la inversión nacional y extranjera
“Hoy les voy a hablar de la masturbación”. Tal anuncio les hizo a los alumnos el maestro de Educación Sexual. Pepito, que había crecido en años, levantó la mano: “Profe: ¿los que ya follamos nos podemos retirar?”. “Mi marido es un volcán”. Esa súbita declaración hizo doña Tecla en la merienda del Club de Cocina “Praliné”. Le preguntó una de las socias: “¿Es muy ardiente?”. “Al contrario -precisó doña Tecla-. Al principio fue todo fuego, pero al paso del tiempo se fue enfriando hasta quedar por completo inactivo”. (Y ni esperanza de que alguna vez vuelva a entrar en actividad, como el Vesubio o el Etna). En una mesa del conocido Bar Ahúnda, y tras haber bebido copiosas copas, un tipo casado le comentó a su compadre soltero: “Me sucede una cosa muy extraña: Con otras mujeres funciono perfectamente, pero con mi esposa sufro disfunción eréctil”. “Qué coincidencia -dijo el otro-. Yo con otras mujeres sufro disfunción eréctil, pero con la comadre funciono perfectamente”. Una señora le pidió al abarrotero: “Deme una lata de atún. Si tiene huevos, una docena”. El tendero le dio 12 latas de atún. Al igual que los economistas sé poco de economía. No tuve más contacto con esa abstrusa ciencia que la lectura del antiguo texto del francés Charles Gide, libro tan viejo que su autor pronosticaba que algún día el hombre podría viajar en aeroplano, como pasajero, de un continente a otro. Sin embargo, en cierta ocasión recibí una lección de ciencia económica, y no por parte de un maestro, sino de un vendedor de tacos, los sabrosísimos taquitos rojos que son una de las delicias de la gastronomía callejera en mi ciudad, Saltillo. Costaban esos tacos, en aquellos tiempos, 10 centavos cada uno. De pronto me enteré de que su precio había aumentado: Ahora costaban 15. Le pregunté al taquero la causa de tal encarecimiento. “Es que subió mucho la azúcar” -contestó. Opuse: “Los tacos no llevan azúcar”. “Pero mi cafecito sí” -replicó el hombre. Recordé esa anacedota -así decía un señor en vez de “anécdota”- porque esos taquitos, junto con las enchiladas saltilleras y otras galas de la gula local, fueron uno de los sencillos manjares servidos en la cena que el gobernador de Coahuila, Manolo Jiménez Salinas, ofreció en el patio central del Palacio de Gobierno a 50 ciudadanas y ciudadanos comunes y corrientes, escogidos al azar entre cientos de participantes, por rifa en Internet, y que además acompañaron al joven gobernante a dar el Grito en los balcones del Palacio la noche del 15 de septiembre. Al terminar la cena que antes dije el Gobernador salió del Palacio junto con sus invitados, y sin escoltas se mezcló con la gente que llenaba la Plaza de Armas, frente a la hermosa Catedral. No son muchos los gobernadores que pueden hacer eso. Y es que Coahuila es un oasis de seguridad en medio de entidades azotadas por la violencia criminal. Eso ha permitido el desarrollo industrial del Estado, y ha propiciado la inversión nacional y extranjera, y con ella la creación de empleos y el bienestar económico de la población, según datos que me fueron proporcionados por el licenciado Diego Rodríguez, eficiente funcionario a cuyo cargo están las tareas de comunicación en el Estado. Quienes vivimos en Coahuila somos privilegiados por esas razones y por muchas otras. Yo bien quisiera que todas las ciudades y pueblos de nuestra República gozaran de la misma paz, pero al parecer mi buen deseo tardará mucho tiempo en realizarse. Por lo pronto séame permitido dar aquí mi propio Grito y proclamar a voz en cuello, y en corazón también, y en alma: “¡Viva Saltillo!”. “¡Viva Coahuila con todos sus municipios!”. Y sobre todo: “¡Viva México!”. FIN.
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