López Obrador y Claudia Sheinbaum
Me preocupa ver el obsecuente modo en que Claudia Sheinbaum acata las consignas de quien le dio el bastón, pero al parecer no el mando.
“Desvístete, mi amor” -le pidió con anheloso acento él a ella. “No -replicó ella-. Espera”. “¿Por qué me pides que espere? -se desesperó él-. Ya estamos casados”. “Sí -admitió ella-. Pero todavía estamos en el atrio de la iglesia”. Un hombre con traza de buceador llegó a una tienda especializada en lencería. Le dijo a la encargada: “Busco un brassiére tamaño grande”. La mujer le mostró uno y le preguntó: “¿No quiere también la pantaleta?”. El buzo se asombró: “¿Tiene para sirena?”. En la noche de bodas el novio se llevó una gratísima sorpresa. Su dulcinea resultó ser una amante diestra en todos los menesteres del amor erótico, mejor que la más experta cortesana, la más ardiente hetaira o la más avezada meretriz. Exclamó, arrobado: “¡Qué buena eres en la cama!”. “Gracias -respondió la chica-. Así no me va a dar tanta pena no saber cocinar”. (En uso de una antigua expresión campirana diré que era buena para el petate, pero no para el metate. Actualmente eso de no saber cocinar no importa mucho: Tanto la esposa como el esposo pueden comprar la comida con sus propias manos). Alguna vez tuve la honra de ser actor. Quizá lo sigo siendo. Ignacio López Tarso asistió a una de mis conferencias. Al final fui a saludarlo y a expresarle mi admiración. Me felicitó y me dijo: “Usted no es un conferencista. Es un actor”. Todos lo somos, pienso. Salimos cada mañana al mundo llevando la persona, máscara del actor, y decimos cosas como: “¡Qué gusto saludarte!”, “Es un honor haberlo conocido”, o: “¡Qué bien te ves!”, actuadas todas al modo de un papel de teatro. Uno desempeñé en mi primera juventud. Fue en “La antorcha escondida” de D’Annunzio, un dramón -“culebrón” se dice en el argot teatralen el cual mueren hasta el tramoyista, el boletero y el apuntador. Ese papel era el de “Sombra que pasa”. Mi única actuación -muda, por supuesto- consistía en pasar furtivamente tras una ventana. Recuerdo es ése de otros tiempos para éste que es el de recordar. Pues bien: Tenemos en México una sombra que no pasa. Es, lo habrán adivinado ya mis cuatro perspicaces lectores, la de López Obrador. Me preocupa ver el obsecuente modo en que Claudia Sheinbaum acata las consignas de quien le dio el bastón, pero al parecer no el mando. La futura Presidenta sigue al pie de la letra los dictados de su antecesor, así tengan la forma de recomendaciones. Lo mostró al hacer el nuevo nombramiento de Zoé Robledo como director del IMSS, o cualquiera que sea ahora el apelativo de esa precaria institución. En el Norte se empleaba el término “anca” para decir “en casa de”. Hubo en mi ciudad dos hospederías, propiedad la primera de un inglés, Brown, y la otra de un español, Garce. Diversión inocente de mis antepasados, que hacía ruborizar a mis antepasadas, era decir: “Voy anca Brown”, o: “Va anca Garce”. Dudo que al término de su sexenio AMLO se vaya anca La Chingada y ahí se quede quieto, cruzadito de brazos como niño bueno, al margen de toda suerte de política. Después de apurar en dos ocasiones las hieles del no poder, pudo gozar al fin las mieles del poder, y será muy difícil que renuncie a ellas. Gravitará esa sombra sobre quien lo sucederá. Pero si Sheinbaum no se la sacude quedará en la historia como la mujer que les falló a las mujeres, como la Presidenta que se sometió a un hombre al modo antiguo. Será, ella también, una sombra que pasa. En la reunión de parejas la señora vio que ante los invitados su marido señalaba una medida con las manos. Les comentó a las otras señoras: “O está mintiendo acerca del tamaño de la última trucha que pescó, o está mintiendo acerca de sí mismo”. (No le entendí). FIN.
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