Violencia política en Estados Unidos: Segunda llamada
El atentado del sábado contra Donald Trump en Pennsylvania es una tragedia múltiple.
La semana pasada escuché al intelectual liberal estadounidense Mark Lilla sugerir, en un congreso sobre el futuro del liberalismo en el siglo XXI, que había que leer los tiempos de la historia usando el lenguaje del clima. Se remitió a los años anteriores a la Primera Guerra Mundial y explicó cómo el clima social, político y cultural había formado pesados nubarrones que debieron ser un inconfundible presagio del conflicto por venir. Los tiempos actuales, dijo Lilla, “huelen a lluvia” también.
Ahora, supongo, Lilla hablaría de una tormenta.
El atentado del sábado contra Donald Trump en Pennsylvania es una tragedia múltiple.
Trump salvó la vida de milagro, en un intento de asesinato inédito en el país desde 1981, cuando Reagan apenas sobrevivió un atentado. Fue un parteaguas. Cambió los protocolos de protección al Presidente y, con el tiempo, hizo posible la aprobación de la ley Brady de control de armas. Aumentó la popularidad de Reagan, que acababa de comenzar su Presidencia a los 70 años. El atentado de 1981 fue un punto de inflexión en la vida estadounidense, y el del sábado lo será también, pero con consecuencias difíciles de prever y, por desgracia, posiblemente siniestras.
El acto de violencia homicida contra Trump exacerbará un ambiente terriblemente tenso y polarizado en el que todo es posible. El atentado abre una página de violencia política completamente impredecible. No es casualidad que algunas voces del Partido Republicano hayan cometido la imprudencia de señalar a los demócratas -y, en algunos casos, a Joe Biden- de ser el autor intelectual del atentado o al menos de provocarlo. Tampoco es casualidad que otras voces sugieran que el intento de asesinato del sábado fue una puesta en escena orquestada por Trump. A lo largo de los últimos años, demasiadas voces, Trump incluido, han echado leña al fuego de la polarización, la desconfianza de todo y frente a todos y la violencia. Ha sido una irresponsabilidad colosal, mucho más en un país en el que hay 400 millones de armas en manos de civiles.
¿Cómo afectará esto la elección de noviembre? De vuelta al ejemplo de Reagan, lo natural es imaginar que el atentado supondrá una inyección de respaldo para Trump. Las imágenes de Trump sobreviviendo el atentado, emergiendo desafiante con el puño en alto, son de una potencia política (y vital) abrumadora. El siguiente capítulo comienza mañana, con la Convención del Partido Republicano en Milwaukee. Habrá que ver si, después de casi perder la vida, Donald Trump modera su virulento discurso de retribución. Si logra contener sus impulsos más coléricos y el partido resiste la tentación de publicitar sus posturas más radicales en temas como el aborto o el negacionismo electoral, Trump estará más cerca de la Casa Blanca. Pero hay otro escenario. Si Trump permite que lo venza la rabia y decide dar rienda suelta a su versión más radical y vengativa, el atentado podría asustar a los votantes.
Lo cierto es que Estados Unidos -y, con ese país, el planeta- ha entrado en aguas desconocidas. El paso entre lo que ocurrió el sábado y una conflagración social mayor es muy, pero muy pequeño. El río subterráneo de la violencia política en Estados Unidos está muy cerca de la superficie. La muestra está en la insurrección del 6 de enero y en el atentado del sábado. Segunda llamada, segunda.
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