Distinción del CEU
Sucede que esa noble institución me otorgó su máxima presea, el Doctorado Honoris Causa.
De política y cosas peores
Corto de entendederas como soy, hay muchas cosas que no entiendo: El Poema de Parménides; “El ser y el tiempo” de Heidegger; la teoría de la relatividad de Einstein; el contundente triunfo de Morena -o sea de López Obrador- en las elecciones del pasado día 2. Menos aun entiendo a esa señora a la que damos el nombre de La Vida. Nos reparte golpes y caricias en proporción más o menos equitativa y justa. Yo no he aprendido, como los estoicos, a recibir con igual ánimo los sufrimientos y las dichas. Las penas me abaten y amilanan; los dones que son motivo de felicidad me sorprenden por inmerecidos, y no acierto nunca a agradecerlos bien. Pondré un ejemplo para ilustrar mi asombro. El Centro de Estudios Universitarios, CEU, es una de las más prestigiosas instituciones de educación superior en Monterrey y Nuevo León. Fundada hace casi 60 años, de sus aulas han egresado millares de profesionistas cuya labor en los campos de las ciencias y las humanidades ha contribuido al progreso de la ciudad, el Estado y el País. Pues bien: Sucede que esa noble institución me otorgó su máxima presea, el Doctorado Honoris Causa. La ceremonia de entrega tuvo lugar en el señorial recinto del antiguo Palacio Municipal, que data de los tiempos de Diego de Montemayor, el fundador de la actual metrópoli, y en ella me acompañaron, a más de una nutrida concurrencia de alumnos y maestros, un grupo de bonísimos amigos que me han enriquecido lo mismo con su afecto que con su saber. Quisiera inscribir aquí sus nombres, pero son tantos que es tarea imposible, y mencionar solamente a algunos haría injusticia a los demás. Ellos saben quiénes son, y conocen la medida de mi aprecio. El rector del CEU, don Antonio Coello Valadez, pronunció un elocuente discurso cuyos términos han de atribuirse más a su bondad que a mis merecimientos. Luz María, mi hija adorada, dijo palabras de las que permanecen en el corazón: “Un poeta me dio vida. Puso en mí alas de libélula para ir al Mar de Oriente, el imaginario reino que me regaló para que fuera su princesa. Compuso música para que la bailara cuando niña, y una canción para oírla cuando me siento triste. Puso en mis brazos a Toña, mi muñeca de trapo, y en mi alma puso al Terry, nuestro perro. Juntos mi padre y yo hemos ido a remotos países, a los siete mares, al Laberinto y la ciudad dorada de Midas. Amo a ese poeta; a las letras que escribe sobre papel para que otros las lean. Pero más amo las que escribe en mí para que yo las guarde”. Finalmente me fue entregado un diploma que ocupará sitio de privilegio frente a mi mesa de trabajo. He aquí su texto: “En atención a que Armando Fuentes Aguirre ha demostrado perseverante espíritu de trabajo que lo ha llevado a ser exitoso escritor, aclamado editorialista e historiador, además de su conocida calidad humana y sus notables aportaciones a la sociedad, el Consejo Académico y la Rectoría de esta institución educativa le otorgan el Doctorado Honoris Causa, con base en el artículo 10 de la Resolución Administrativa del Ejecutivo Estatal”. Y firman el rector Coello, la maestra Margarita Guerrero, directora general académica, y como testigo de honor el maestro José Cárdenas Cavazos, destacado universitario y benemérito educador. En medio de tantas sombras esta muestra de generosidad fue luz, y la consigno aquí no por vanidad, sino por agradecimiento. Con nada podría yo corresponder a la distinción que recibí del CEU, de su rector, maestros y estudiantes. Lo único que alcanzo a ofrecerles es que en el tiempo que me quede de vida habré de esforzarme en hacer honor al honor que me hicieron. FIN.
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