El temido Plan “C”
Deseo que en esa comida el Presidente y la Presidenta tengan buen provecho, pero espero también que lo tengamos todos los mexicanos.
De política y cosas peores
Eran las 5:00 de la tarde de un lunes cuando se incendió la casa de mala nota conocida con el nombre de “El columpio del amor”. A duras penas los heroicos bomberos pudieron salvar a la única sexoservidora que en ese momento estaba de servicio, y al cliente con el que se encontraba. El jefe de los apagafuegos le preguntó al sujeto: “¿Sabe usted la causa del incendio?”. “No -respondió el tipo-. Ya había empezado cuando llegué”. Babalucas y su esposa vieron por primera vez la inmensidad del mar. “¡Cuánta agua! -se asombró ella. Acotó Babalucas: “Y abajo hay más”. Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia sensual, invitó a un amigo suyo a “un encuentro de sexo grupal”, le dijo. Añadió: “Seremos tu esposa, tú y yo”. Opuso en forma terminante el tal amigo: “No me gusta la idea”. Le indicó Pitongo: “Entonces tú no vengas”. Si alguno de mis cuatro lectores no ha comido un buen trozo de carne de cabrito lo acompaño en su sentimiento. Manjar tan delicioso es difícil encontrar en toda la rosa de los vientos de la gastronomía. Lo tradicional es disfrutarlo hecho al pastor, es decir asado con lentitud en las brasas. Ya sea que pidas riñonada, paleta, pecho o pierna estarás gozando lo más gozable de ese gozoso arte que es el buen comer. En cierta ocasión mi querido sobrino Tavín y yo fuimos a un restaurante de cabrito en Monterrey. Él pidió riñonada, yo paleta porque hacía mucho calor. Nos acompañaron nuestros platillos con un principio de fritada y unos frijoles con veneno, suculencias norestenses que merecen descripción aparte. Si a eso se añade una cerveza helada y un canastillo con tortillas de harina ya se sabrá que estábamos en la región celeste conocida como gloria. En el curso del ágape exclamó mi sobrino, entusiasmado: “¡Orita ni el Presidente de la República está comiendo como nosotros!”. Claudia Sheinbaum comerá hoy con López Obrador. Tengo la absoluta certidumbre de que su comida no será tan sabrosa como la que antes describí, pero reconozco que será más importante. Resultado de ese encuentro debería ser que AMLO renunciara a su intención de imponerle a la futura Presidenta su antidemocrático Plan C y permitiera que su sucesora, como lo ha sugerido ella misma, lo pasara por el tamiz de la reflexión y de lo que conviene al País, en vez de que los incondicionales del caudillo lo aprueben en el curso de septiembre al vapor y sobre las rodillas, sin cambiarle ni una coma. Actúe el Presidente como tal, y no como obcecado dictador que sin consideración para quien lo sucederá le dejaría una herencia que sería nefasta para la libertad de los mexicanos, para la democracia conseguida a costa de muchos sacrificios y para la administración de la justicia por letrados capaces, y no por políticos rapaces. Deseo que en esa comida el Presidente y la Presidenta tengan buen provecho, pero espero también que lo tengamos todos los mexicanos. Flácido se veía aquel maduro paciente; Exánime, agotado, laso, exinanido. Lo interrogó el médico y se enteró de que el señor hacía el amor seis días en la semana. “A su edad es demasiado -opinó el facultativo-. Me gustaría hablar con su esposa”. “De nada servirá doctor -le dijo el tipo-. Ella no lo sabe”. Pirulina, joven mujer loca de su cuerpo -así llamaban los clásicos españoles del Siglo de Oro a las livianas- le confesó al padre Arsilio que en esos días había tenido trato de colchón con una docena de hombres. “Pero, hija mía -la amonestó paternalmente el buen sacerdote-. ¿Qué ganas con esa vida que llevas?”. Respondió ella: “No cobro, padre”. (Lo hacía Ars gratia artis, como dice el lema de la Metro-Goldwyn-Mayer: Por puro amor al arte). FIN.
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