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El llamado a reconstruir una democracia justa y participativa frente a la amenaza del totalitarismo y la impunidad en México

Óscar Serrato

El mundo no es como se nos presenta, es como seamos capaces de construirlo. Afortunadamente hay quienes buscan crear nuevos mundos, alterar el estado que guardan las cosas, señalar que lo absurdo es absurdo, declarar que el emperador va desnudo, revelar el actuar de genuflexos e interesados cortesanos, así como lanzar señal de alerta ante la evidente marcha al totalitarismo.

Ante la mendacidad y cinismo de una anquilosada y atrincherada clase política me nace la duda de qué puentes faltan por construir, qué barreras por erigir y qué murallas hay que derribar. De aquella dictadura perfecta del siglo pasado se logró transitar a una democracia imperfecta, creíamos que la alternancia era la meta, cuando en realidad sólo era una estación en el camino. Desde la sociedad civil se impulsó con gran esfuerzo, crear instituciones en cuyo diseño desafortunadamente los intereses que añoraban el pasado sembraron el germen de su destrucción.

Para quienes argumentan que no es tiempo de cuestionar la naturaleza de nuestra democracia, sostengo que no hay mejor momento que el presente. Una democracia con reglas absurdas, con amplias facultades para violar la ley desde el poder y con imposibles obstáculos para una auténtica participación ciudadana. México se ha convertido en una fábrica de cadáveres, constructor de fosas clandestinas, sepulturero de sueños y territorio de la impunidad. Van más de 187,997 asesinatos en lo que va de esta administración. Se registran 114,077 desaparecidos. La movilidad social se ha estancado bajo esta administración dado que existe un creciente rezago educativo y magro crecimiento económico anual de 0.8% del PIB en promedio. Una cifra negra del 98%, sólo en dos casos de cada 100 delitos hay consecuencias para los delincuentes, para las familias, amigos y comunidades afectadas en el 100% de los casos hay afectaciones.

San Agustín de Hipona reflexionaba. “Sin la justicia, ¿qué serían en realidad los reinos sino bandas de ladrones?”. Ante un muy lamentable asesinato de un niño, Dante Emiliano, la reacción de un Presidente insensible que acusa a quienes magnifican el hecho de hacerlo para perjudicarlo a él, sólo queda sumar a nuestras plegarias por Dante Emiliano y su familia, al Presidente para que encuentre en su ser algún vestigio de humanidad.

En este ciclo electoral nos han bombardeado con falsedades y propaganda, al grado que muchos han dejado de seguir y creer en las noticias para refugiarse en las cajas de resonancia que representan las redes sociales que generan emociones fuertes. La realidad alterna y segregada que día a día interesadamente se propala desde el púlpito presidencial, bajo ese eufemismo de mentir caracterizado en: “Yo tengo otros datos”, da pauta a las voces extremistas, cajas de resonancia de ocasión donde todos los datos incontrovertibles son declarados sospechosos o neoliberales. La verdad diariamente sometida a juicio sumario por parte de un Presidente erigido en fiscal, juez y verdugo.

El arte de escuchar, conciliar, ceder y compromiso que debería de caracterizar un buen ejercicio de Gobierno ausente en la dialéctica presidencial, su candidata y gobernadores. Kant sostenía que actuar por deber es hacerlo por respeto a una ley moral, donde toda ley debería de ser universal y necesaria. Quienes hoy gobiernan, y algunos de quienes aspiran, consideran que por su condición no tienen que sujetarse al régimen de ley, es evidente que para ellos consideran que la ley electoral no es de cumplimiento obligatorio, la cifra negra de impunidad ante delitos electorales se acerca al 100%.

Tomás Aquino nos deja como enseñanza que una ley injusta es aquella cuyo fin es contrario al bien común ampliando sobre el concepto de San Agustín de Hipona que una “una ley injusta no es ninguna ley en absoluto”. Quienes impulsaron la legislación electoral actual la diseñaron así, no obstante lo absurdo de la ley, hay que cumplirla. Llegará el tiempo de impulsar que esta sea modificada para que dentro de las limitantes de lenguaje, imaginación y temporalidad crear nuevas reglas de aplicación universal y necesaria.

Entre dos opciones habremos de elegir, una que busca reinstaurar aquel régimen totalitario que tanto daño hizo a México y otra aunque imperfecta redundaría en un intenso debate sobre la narrativa de lo que debería ser el siguiente capítulo en la historia del camino a la democracia en México. No debería ser sorpresa para quien me hace el favor de leerme, que soy de la idea que un debate respetuoso, dentro del cauce legal es preferible a un régimen totalitario.

Por un lado el ciudadano es “invitado” a votar con una oferta de continuidad bajo amenaza de perder canonjías clientelares y por el otro lado una posibilidad amorfa que no logra articular una oferta ideológica o programática coherente. En una democracia la mayoría es la que determina el triunfo en las elecciones, hay que salir a votar en busca de formar parte de esa mayoría, en nuestras manos está construir la posibilidad de seguir haciendo historia, la posibilidad de regresión histórica es real ante un discurso con tintes de intolerancia, autoritarismo, negación e incapacidad de ver al adversario como sujeto de derechos con quien hay que consensuar acciones para ampliar posibilidades que incluyan a todos.

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