Mirador
La importancia de sentirse mayúsculo radica en reconocer la grandeza incluso en las cosas más pequeñas.
Las letras mayúsculas se sentían muy mayúsculas.
A las minúsculas las desdeñaban porque eran minúsculas.
¡Ah, qué mayúsculas eran las mayúsculas! Mayúscula la T, mayúscula la M, mayúscula la O. En cambio las minúsculas ¡qué minúsculas! Miren: t, m, o.
Un buen día, cansadas de ser llamadas minúsculas, las minúsculas se rebelaron e hicieron una manifestación mayúscula. Las mayúsculas no se preocuparon: Aunque la manifestación fuera mayúscula no dejaba de ser de minúsculas. Eso la hacía una manifestación minúscula.
Al paso del tiempo, sin embargo, las mayúsculas se vieron solas, y eso las hizo sentirse minúsculas. Pensaron que, después de todo, las minúsculas no eran tan minúsculas. Las buscaron, entonces, y les dijeron que aunque fueran minúsculas ellas también eran mayúsculas.
Del anterior relato saco una conclusión; nadie debe sentirse mayúsculo. Esa frase es para escribirse con mayúsculas, pero escrita con minúsculas se ve mejor.
¡Hasta mañana!
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