Mirador
El retrato de Leopoldina de la Peña y Peña: una vida de soledad y orgullo, sin amor ni reconocimiento.
Este retrato es el de Leopoldina de la Peña y Peña. Nació en Ábrego, y ahí mismo murió. De ella se dice que nunca oyó un “Te quiero”. Sus ojos no supieron de otros ojos, ni sus labios conocieron el sabor de otros labios. Fue como un árbol seco, olvidado de que alguna vez tuvo hojas y flores, y que jamás dio fruto.
El pecado de Leopoldina fue de soberbia. Hija de padre rico, ninguno de los galanes del lugar le pareció suficientemente bueno para ella. Esperaba que de la ciudad viniera uno a solicitar su mano, pues pensaba que la fama de su belleza, y del dinero de su padre, habría llegado hasta allá. Ninguno vino nunca a pretenderla, y la doncella fue languideciendo entre un rosario y otro, entre una labor de aguja y otra, entre un muerto de la familia y otro.
Murió un día de tantos. ¿De qué murió? De nada. ¿De qué murió? De todo. ¿Cuántos años tenía? Todos. ¿Cuántos años vivió? Ninguno. Su nombre se conoce porque está en la parte de atrás de su retrato. Ahí se lee con antigua letra: “Leopoldina de la Peña y Peña”. Hay en el huerto un árbol seco. Ése es otro retrato suyo, pero no tiene su nombre.
¡Hasta mañana!
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