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La gallina

Me quedo con la repulsión y desencanto por el maltrato animal y concretamente al tema de si los animales tienen derechos por sí mismos, es decir, inherentes a su ser.

Doy por hecho que casi todos sabemos lo de la gallina que en la mañana del pasado miércoles fue degollada por un senador en las instalaciones del Senado de la República como ofrenda a Tláloc en consideración a los usos y costumbres de los pueblos náhuas. Y, lógico, se armó un sainete en los medios nacionales y extranjeros tanto continentales como transcontinentales (Daily star, Phlienews, Epa Images, Kronen Zeitung, Pulse Nigeria, DayFR Euro y otros).

Para unos fue la especie cómica del hecho en sí, para otros la repulsión y desencanto por el maltrato animal tomando como centro ceremonial al edificio del Senado, y lógico, para otros fue ocasión de llevar el caso a nuestro coliseo romano popular electoral girando el pulgar hacia abajo para castigar al verdugo y de pasada salpicar a sus correligionarios en materia política.

Me quedo con la repulsión y desencanto por el maltrato animal y concretamente al tema de si los animales tienen derechos por sí mismos, es decir, inherentes a su ser. Comienzo por decir que hay derechos morales y derechos legales; son morales en atención a si son o deben de ser, independientemente de lo que digan los códigos de las leyes civiles: Una ley puede ignorar o negar un derecho humano pero esto no significa que las personas no tengan ese derecho simplemente por ser personas. Pero aquí en lugar de personas trataremos de los animales, los animales no humanos por supuesto.

La Declaración Universal de los Derechos de los Animales dice en su artículo primero que “todos los animales nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a la existencia”, y en su artículo segundo dice “el hombre, como especie animal, no puede atribuirse el derecho de exterminar a los otros animales o de explotarlos, violando ese derecho”. Pero resulta que hay diferentes posturas en esto, por ejemplo la corriente utilitarista dice que si un animal puede sufrir entonces debe minimizarse su dolor, lo cual es ya un derecho, pero ¿es lo mismo el dolor de un perro que sufre física y síquicamente al de un minúsculo “bobito”, ese animalito volador que se posa en nuestra cara?

Bueno, según esto ya vemos que habría diferente grado de derecho animal. La postura ecocentrista va más allá pues dice que todos los seres vivos merecen respeto y consideración moral pero no porque nos sean útiles sino porque tienen valor en sí mismos, ya sean animales, protozoarios, plantas y quizás hasta los virus, cuya calidad de seres vivos está a debate.

Desde la visión de la ética contractualista, que condiciona los derechos a la capacidad de hacer tratos, los animales no tienen derechos porque no pueden contratar con nada ni nadie. La perspectiva relacional defiende que el derecho de los no humanos depende de la fuerza de su relación con nosotros los animales humanos de manera que un gato que se relaciona más íntimamente con nosotros que una lombriz, tendrá más derecho, cayendo otra vez en una escala de derechos muy compleja de establecer.

Como se ve, no hay un consenso firme y cabal en relación a si los animales no-humanos (e incluso los vegetales) tienen derechos por sí mismos.

Cuando reviso este asunto en las clases de Bioética los alumnos muestran la misma variedad de criterios que los que aquí he expuesto, y no están mal, pues ya vemos que los grandes intelectuales del momento andan por el estilo. En lo personal considero que, hablando con rigor y propiedad, los animales no humanos no tienen derechos intrínsecos, propios por sí mismos, pues si no existiera el ser humano –el animal humano no habría ninguno entre los seres creados existentes en la naturaleza que pudiera ni siquiera imaginar lo que es un derecho. Los animales tienen derechos –por así decirlo porque nosotros se los asignamos pero no los tienen por sí mismos.

Hay que respetar, cuidar y velar no solo por los animales sino por todos los seres de la Creación por el simple hecho de que así corresponde a nuestra naturaleza racional que incluye la conciencia moral, que ningún otro ser tiene. El asunto es que somos libres y, claro está, hacemos lo que nos da la gana, y con frecuencia lo que no nos conviene. Y estamos pagando nuestros abusos.